La efebocracia chilensis

manifestantes
Tres saqueadores captados el jueves de esta semana en Plaza Italia. foto: reuters


Se dice que ahora los 50 son los nuevos 30, y los 70 los nuevos 50. Lo cual es genial como noticia, para los (y las) mayores de 50 años. Hasta aquí todo bien.

Pero "el dual" de esta nueva solución es que la adolescencia se ha extendido en forma insospechada. Efectivamente, nuestra generación se casaba entre los 22 y los 30 años, a más tardar. A los 30, además, teníamos varios hijos -con toda la responsabilidad que aquello implicaba. A los 40, ya adultos hechos y derechos, mirando a nuestros hijos mayores en las universidades o su trabajo, y posiblemente mirando a un nuevo noviazgo o matrimonio.

Hoy, la juventud entre 20 y 30 (los dueños de "la calle" y de la primera línea) no tienen hijos, tampoco están tan interesados en tenerlos, o casa propia y auto, un commodity, que lejos de ser una aspiración es la normalidad.

Bueno, esa generación de adolescentes o efebos "extendidos" es la que pretende reglamentar al resto de la sociedad chilena. Como son adolescentes, buscan la épica, el sentido totalitario, sin compromiso y sin diálogo. Un amigo describía el estado de la política como una "efebocracia", o el dominio de la clase adolescente.

La efebocracia se opone a la PSU, al Simce, y a cualquier medición objetiva que se le pretenda aplicar; cualquier medición es discriminatoria; además es molesta; separa a los que aprendieron, de los que no la lograron. Posiblemente querrán que la admisión a universidades e institutos técnicos los decida una tómbola. Y que en el trabajo tampoco se discrimine entre buenos y malos trabajadores, porque obviamente se discrimina. El mérito no importa. El "hombre nuevo" de estos efebos chilensis -a diferencia de los bolcheviques o nacionalsocialistas- es alguien que no distingue entre esforzados y flojos, entre inteligentes y negligentes; todos merecen lo mismo, independientemente de su mérito o esfuerzo. Para estos efebos lo importante es destruir el pasado, sin medir consecuencias. Y, bueno, la culpa no es de ellos: se criaron en un Chile tan distinto al de sus padres, donde el auto y la tele eran un lujo, el refrigerador también, y viajar al extranjero impensable; donde solo el 5% de los egresados de secundaria entraban a la universidad.

Lo notable es que buena parte de nuestros parlamentarios -que ya no son adolescentes- los acompañen con alegría, en su violencia, en el desafío al tan odiado estado de derecho, a la negación a medirse (Simce, PSU y Dicom), como si eso de verdad haría iguales a los que aprendieron con los que no aprendieron, y a los responsables de los irresponsables.

La vida real es dura, y premia el esfuerzo y la dedicación. PSU o no PSU; Dicom o no Dicom, la vida va a favorecer a quienes habrían tenido (de haberla) una buena PSU. Y los préstamos estarán más disponibles a quienes tienen un manejo financiero responsable.

Eliminar Simce, PSU o Dicom, como pretende la efebocracia y sus compañeros de ruta, es como la venta del sofá de don Otto: un maquillaje burdo que no logrará -a través de la falta de transparencia- ocultar la diferencia entre las ovejas y las cabras.

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