La elección en Brasil sigue abierta

A pesar de lo dividido que se muestra el electorado, y de las lecciones que deberán extraerse a partir de los resultados, es una señal interesante que ninguna de las fuerzas haya arrasado por sobre la otra, lo que introduce cierta dosis de equilibrio.



A pesar de que el grueso de las encuestas mostraba que el candidato del Partido de los Trabajadores (PT), el expresidente Luis Inácio Lula da Silva, se impondría cómodamente en la primera vuelta de las elecciones presidenciales -e incluso no se descartaba que lograra el 50% necesario para evitar un balotaje-, los resultados terminaron siendo completamente sorpresivos, pues si bien Lula se impuso con el 48%, el actual Mandatario, Jair Bolsonaro, quien busca la reelección, obtuvo el 43%, en torno a 10 puntos por encima de lo que pronosticaba las encuestadoras. Esta estrecha diferencia no solo deja a Bolsonaro en un pie particularmente competitivo, sino que además el escenario para la segunda vuelta sigue abierto.

La sorpresa electoral que dio Bolsonaro también se reflejó en la elección de gobernadores, pero sobre todo en las parlamentarias, donde las distintas fuerzas conservadoras seguirán teniendo la preeminencia. El Partido Liberal de Bolsonaro logró un total de 99 diputados electos -allí se cuentan algunos de sus exministros, varios de los cuales tuvieron en su momento polémicas actuaciones-, con lo cual será la mayor bancada de la Cámara de Diputados, al sumar 23 nuevos representantes a sus filas. Por su parte, el PT, junto a los partidos que conformaban el pacto del exmandatario en la federación Brasil da Esperanza, quedó en segundo lugar, al obtener 80 escaños.

La contienda electoral ha sido probablemente la más polarizada que ha experimentado Brasil en las últimas décadas, en línea con lo que ha sido la tónica de las elecciones en varios países de la región, donde se han enfrentado modelos de sociedad y proyectos políticos muy distintos.

Los críticos de Bolsonaro han puesto énfasis en el mal manejo que el Mandatario tuvo respecto de la pandemia, su escaso apego a las formas institucionales y el hecho de que representa a una derecha extremadamente conservadora, entre otros cuestionamientos. Es inevitable preguntarse qué llevó a que, a pesar de todo ello, 51 millones de brasileños optaran por Bolsonaro.

Un examen más desapasionado de los resultados parece sugerir que los reclamos ciudadanos y lo que encarna el actual Mandatario en la sociedad brasileña no es un cambio pasajero, sino uno profundo que da cuenta de un descontento con la política tradicional. Tal vez la prueba más elocuente de ello es que la siguiente legislatura será el Congreso más de derecha desde el regreso a la democracia.

Por otra parte, la propia figura de Lula sigue despertando resquemores en amplios sectores del país. Si bien el exmandatario mantiene un amplio respaldo sobre todo en sectores desposeídos de la sociedad, la desconfianza hacia su figura -y que explicó la derrota del PT en 2018 y el triunfo de Bolsonaro- sigue presente, más aún considerando que Lula fue condenado por corrupción y su absolución por parte de la Corte Suprema se debió a asuntos procedimentales y no de fondo.

Siendo incierto cuál de los dos candidatos se impondrá el próximo 30 de octubre, no deja de ser una señal interesante que en una sociedad muy dividida ninguna fuerza haya arrasado por sobre la otra y exista un equilibrio político razonable, de tal modo que cualquiera que termine triunfando probablemente se verá en la necesidad de tener que negociar contenidos de su programa y abrirse a recoger los planteamientos de la parte contraria. El tono que impere en la campaña de segunda vuelta permitirá darse una idea si los candidatos siguen encapsulados en sus nichos o si muestran señales de más apertura.

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