La hora de los autoritarios

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Hablamos a menudo del populismo que está infectando a las democracias liberales del mundo. Pero hablamos menos de la otra cara de la moneda: el apogeo del autoritarismo. El populismo se puede convertir en dictadura pero por lo general ataca desde adentro y una vez que obtiene el poder se transforma en régimen de fuerza. El autoritarismo es el modelo que se le enfrenta desde afuera.

Veamos lo que ha sucedido en apenas pocos tiempo en países muy importantes.

Xi Jinping cambió la Constitución, convirtiéndose en el único líder chino después de Mao cuya doctrina es consagrada con nombre propio en el texto fundamental estando en vida (el de Deng lo fue sólo al morir). Además, hizo remover los obstáculos constitucionales que impedían la Presidencia vitalicia.

Vladimir Putin, que lleva dos décadas en el poder, se hizo fuerte en Crimea y gran parte de Ucrania en 2014, en 2015 intervino en Siria a favor de Assad, quien hoy tiene casi el control de su país y responde a Moscú, y este año obtuvo su cuarto mandato presidencial con un porcentaje de vértigo sin que nadie pudiera frenarlo. El Mundial, cuya organización es un éxito, ha colmado de prestigio su régimen. Nadie piensa en los enemigos envenenados sospechosamente en Inglaterra de tanto en tanto.

En Arabia Saudita, principal exportador de petróleo y potencia del Golfo, está ahora en manos de un príncipe heredero de 32 años, Mohammed Bin Salman, que ha emprendido reformas modernizadoras bajo un sistema de poder unipersonal implacable.

En Turquía, Recep Tayyip Erdogan, que gobierna desde hace década y media, hizo cambiar la Constitución el año pasado (modificando 76 de los 177 artículos) para convertir el sistema parlamentario en un régimen presidencialista vertical y acaba de adjudicarse la victoria electoral bajo las nuevas reglas. Podrá gobernar mediante decretos ley y de tanto en tanto, para guardar apariencias, hacer que el Parlamento, donde se ha asegurado la mayoría, refrende alguna decisión. Su poder ejecutivo y militar carecerá contrapesos.

Mientras esto sucede en la primera potencia de Asia, la primera del mundo árabe, el país más vasto del planeta (y segunda potencia nuclear) y en un miembro de la OTAN que está en las narices de Europa, ¿qué sucede en las democracias liberales? Lo que vemos: una fuerte crisis de identidad y confianza. El populismo, tanto en Estados Unidos como en Europa, ha provocado fracturas más allá de lo que resulta normal en democracia y distintos temas -desde el económico hasta el migratorio- están exponiendo al mundo una escasa capacidad para presentar un frente unido en defensa de los valores liberales ante los países donde el autoritarismo campea con tanto éxito en estos días. Entre la Francia de Macron y la Italia de Conte se abre hoy un foso peligroso, como sucede entre las democracias de la Europa más occidental y, digamos, los gobiernos del grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, la República Checa y Eslovaquia), a los que incluso Austria se quiere acercar. Washington y Berlín están en conflicto comercial y tienen visiones diametralmente antagónicas en inmigración.

De un lado, resolución, claridad, seguridad en sí mismos; del otro, hesitación, división, ineficacia. Qué disminuidos parecen hoy los dirigentes del Occidente liberal frente a los Putin, los Jinping, los Erdogan o los Bin Salman. Aunque América Latina es una excepción: aquí los autoritarios están de salida gracias a que fracasaron como populistas; en el resto del mundo se vive el apogeo de los autoritarios y el debilitamiento de los demócratas liberales en parte por culpa de la crisis interna que ha sembrado en ellas (y entre ellas) la amenaza populista.

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