La izquierda contra sí misma

En vez de formular, desde sus principios, una crítica certera y constructiva a un sistema que todos sabemos tiene falencias, se ha ocupado en ganar batallas puntuales apropiándose de principios liberales. Se trata de una izquierda que paulatinamente ha caído en lo mismo que dice combatir.



Las consecuencias económicas de la pandemia resultaron ser el escenario perfecto para intentar, ahora en sede política al menos, que se diera el visto bueno al retiro de fondos de las AFP, algo que hace tiempo varios promovían. Más allá de los argumentos económicos que están presente en el debate, vale la pena detenerse en uno de los motivos que inspira la propuesta: cada uno es dueño del dinero que se encuentra en los fondos de pensiones –así nos lo han dicho siempre – y, por lo tanto, no hay razón para oponerse a que podamos disponer hoy de ellos. Cada uno puede hacer lo que quiera con su dinero. Así, el diputado Jackson, por ejemplo, se preguntaba “¿cómo pretenden hoy decirles que no pueden decidir sobre esos fondos?”. Se desconoce, entonces, cualquier limitación a la propiedad privada: ella sería absoluta y ninguna regulación estatal puede restringirla. Es ilustrador que uno de los hashtags de la semana haya sido #QuieroMiDinero.

Aquellos que históricamente han criticado el individualismo del sistema de pensiones y han abogado por un sistema más fraterno, se valen, justamente, de argumentos fundados en un individualismo acérrimo para alcanzar sus objetivos. ¿Cómo explicar aquello?

La discusión en torno al retiro de fondos de las AFP parece un experimento de laboratorio de la tesis de Jean-Claude Michéa, intelectual francés de raíces socialistas. En su libro El imperio del mal menor (IES, 2020) explica cómo la izquierda contemporánea ha hecho suyos todos los efectos culturales y sociales del mercado. Al abrazar un individualismo que no conoce límites y elevar al ser autónomo como dueño de todo cuanto lo rodea, ha levantado como propias las banderas del liberalismo más ortodoxo en muchas materias. De esta forma, la izquierda caería en una contradicción que traiciona su ethos histórico, pues la liberación cultural que ella promueve termina por expandir las dinámicas del mercado que dice aborrecer.

Pareciera ser que, empeñada en derrumbar un sistema que les disgusta a como dé lugar, la izquierda chilena ha abandonado todo tipo honestidad hacia la ciudadanía al esgrimir argumentos que sean funcionales a ese propósito, sin importarle qué impliquen o cuáles sean sus consecuencias. El sentido de la propiedad sobre las pensiones es tener una especie de crédito en contra de la entidad previsional para que ella haga rendir esos fondos. Sin embargo, han llevado hasta el absurdo el significado de la propiedad privada sobre dichos fondos para alcanzar un fin específico. Y, de paso, han olvidado sus convicciones más elementales.

Lo anterior deja ver la contradicción profunda en la que ha caído la izquierda y, como consecuencia, la abdicación a ser un agente relevante en el debate público. Pues, en vez de formular, desde sus principios, una crítica certera y constructiva a un sistema que todos sabemos tiene falencias, se ha ocupado en ganar batallas puntuales apropiándose de principios liberales. Se trata de una izquierda que paulatinamente ha caído en lo mismo que dice combatir. Ahora, esto no significa que la derecha salga airosa solo enrostrándole sus contradicciones, más bien debe poder demostrar que es posible pensar las libertades del mercado con límites necesarios.

A esa izquierda liberal es, precisamente, a la que Michéa le habla. Y la pregunta que surge es si acaso puede, sin principios profundos y sin un norte claro, ser una oposición constructiva y un actor de peso para enfrentar los difíciles problemas que seguirán apareciendo con la pandemia.

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