La leyenda continúa

Roger Federer
Roger Federer con su nueva camiseta en Wimbledon. Foto: AP.


Verlo perder ya fue una sorpresa mayúscula. Verlo perder de esa manera, frente a un jugador que no está en los planes de nadie, fue peor. Pocos entendieron lo que pasó y la decepción fue total. Todos querían ver a Federer nuevamente en la final de Wimbledon y su derrota en cuartos fue un golpe a la lógica que todavía cuesta digerir.

Los que opinan, dijeron que fue víctima de su propia suficiencia, alimentada por la asombrosa facilidad con la que venía resolviendo sus partidos. Que si bien con Anderson partió bien -ganó los dos primeros sets- y tuvo un punto de partido en el tercero, después fue levantando el pie del acelerador y pecó de exceso de optimismo. Cuando intentó reaccionar, el enredo adquirió dimensiones considerables, un lío del cual no supo salir.

Federer no lo vio así. Para él todo es más simple de explicar, como de paso lo es casi todo en la vida. "Hay momentos en que uno necesita crecer para la ocasión. Y esta vez no lo hice. Lo único que pasó es que hoy no era mi día", dijo después del partido. Estaba triste. Muy triste. Pero como también es un grande, quizá el más grande, sabe que el tenis es así.

Algunas pistas de esto entrega el recién estrenado documental Strokes of Genius -imperdible-, donde se rememora la final del Wimbledon que jugó con Nadal en 2008, para algunos el mejor partido de la historia. Hasta esa fecha, el lugar de honor lo ocupaba la épica final de 1980 entre McEnroe y Borg. Pero como reconoció el primero, nunca había visto algo como el duelo de Federer y Nadal ese día.

Como sea, en el documental Federer señala que el tenis es como el ajedrez. No sólo por lo solitario, sino también porque cada jugada es un problema a resolver, lo que requiere una concentración total. "Por eso, basta una mala decisión, un momento de distracción, o un pequeño cambio de ánimo, para que todo se vaya por el camino equivocado".

Lo increíble es que le costó mucho entender esto. Cuando niño, sus padres lo amenazaron con prohibirle jugar si seguía perdiendo el control y rompiendo raquetas cada vez que perdía o jugaba mal. Las imágenes de un joven Federer fuera de sí en la cancha -al mejor estilo McEnroe- son muy sorprendentes para todos aquellos que sólo lo conocen como un verdadero monumento a la tranquilidad, incluso la frialdad, dentro de la cancha. Le costó muchos años superar esto. Y no fue porque maduró, aunque algo de eso hay. "Simplemente -dice- aprendí a jugar con los problemas e incluso con el dolor. Entendí que eso era parte del tenis".

Superado el carácter, vino el problema del estilo. Federer debe ser el jugador más elegante de la historia. Todo en él parece fácil. Se mueve en la cancha como nadie, sus golpes son limpios y precisos. Nunca se ve cansado. Pero tanto talento también tuvo su lado oscuro. Porque lo hacía confiarse mucho y trabajar menos. A costa de derrotas entendió que tenía que esforzarse más.

Y así, poco a poco, se convirtió en la leyenda que es hoy. A sus 36 años, cuando todos lo daban por retirado, él parece estar disfrutando más que nunca. Sólo juega los torneos que le gustan y, salvo excepciones como la de esta semana, su desempeño en la cancha sigue siendo impresionante.

Pienso que esto sucede, en parte, porque Federer ya no quiere ser el número uno del mundo, esa tediosa tarea que significa tener que ir semana a semana detrás de cada torneo. Ahora quiere ser simplemente el mejor. Y vaya que lo está consiguiendo. Donde va sigue siendo el favorito del público, la envidia de sus rivales y por lejos el tenista más exitoso de la historia.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.