La nación y su Ejército



SEÑOR DIRECTOR

Las Fiestas Patrias, por lo que tienen de tradición anualmente revitalizada, son ocasión inmejorable para tomar distancia de la improvisación atolondrada, de las promesas olvidadas y del ruido estridente que hoy parecen haber ahogado a la razón, para detenernos a contemplar las partículas elementales de nuestra convivencia colectiva y, si fuese necesario, reorientar la marcha de los acontecimientos.

Invito, pues, a recordar que la razón de ser de las instituciones armadas consiste en defender y conservar a la sociedad civil para que ella pueda disponer siempre y libremente de sí misma. Es una profunda y hermosa verdad que el soldado no combate movido por el odio al adversario que tiene al frente, sino por el amor que le une responsablemente a quienes están detrás de él, a los suyos, a la patria y su historia de victorias y duelos compartidos.

Por todo aquello, como lo expresó admirablemente Ernst Jünger en Heliópolis, “allí donde las cosas se ponen difíciles, donde crepita el fuego, donde fallan la razón y el derecho, se recurre a ellos como a último tribunal de arbitraje. Aquí está su grandeza y aquí radica su gloria. Al prestar juramento renuncian a la libertad que adorna al ciudadano privado. Al Estado, en cambio, al poder legal, le compete la obligación de encauzar las cosas de tal modo que el soldado pueda combatir con limpia conciencia”.

En esta hora difícil, en tantos sentidos compleja y confusa, constituye una luz de esperanza que la nación chilena y su Ejército permanezcan unidos, acompañándose como la sombra sigue al cuerpo.

Francisco Balart

Historiador

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