Columna de Daniel Matamala: La olla de las monedas de oro

Cobre
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Los leprechauns son unos duendes de barba pelirroja de la mitología irlandesa, protagonistas de una famosa leyenda infantil. Según ella, los duendes guardan una olla con monedas de oro al final del arcoíris. Y para cuidarla, ponen todo tipo de trampas a quien emprenda un camino en que el objetivo -el final del arcoíris- se va alejando a medida que uno avanza.

Eso le pasa a Chile con el desarrollo. En 2000, Ricardo Lagos fijó la meta de que Chile fuera un país desarrollado para el Bicentenario de 2010. Con la fecha a la vuelta de la esquina, en 2008 el entonces ministro Andrés Velasco anunció una prórroga: llegaríamos al desarrollo en 2020. En 2017, el entonces candidato Sebastián Piñera puso otro plazo: "Transformar a Chile en ocho años en un país desarrollado". 2025 era la nueva meta. Y a fines de 2018, Piñera anunció que Chile será un país desarrollado "en 12 años". O sea, en 2030.

La trampa de Chile es suponer que el desarrollo es solo más dólares en el PIB, y que el camino es en línea recta; o sea, que llegaremos haciendo más de lo mismo: cargando más y más barcos con cobre, celulosa y harina de pescado.

En 1980, Chile era 62º en el Índice de Complejidad Económica, desarrollado en el MIT y Harvard por el venezolano Ricardo Hausmann y el chileno César Hidalgo. Casi 40 años después, somos 61º. Este ranking mide cuánto conocimiento productivo moviliza una sociedad, bajo la premisa de que "lo que un país hace revela lo que ese país sabe".

Esto es crucial, porque la evidencia demuestra que la complejidad económica trae riqueza y equidad. "Los países de producción más compleja son países con menor desigualdad; cuando mucha gente sabe cómo hacer cosas más valiosas, implica que las desigualdades sean menores", explica Hidalgo.

Y el problema de Chile es que sabe poco. Ricardo Hausmann: "Chile ha aprendido a hacer muy pocas cosas. Ni de minería Chile sabe. Hay más empresas extranjeras ganando plata e invirtiendo en minería en Chile, que chilenos ganando dinero e invirtiendo en minería en el resto del mundo. Hay un déficit fundamental en know how y eso está limitando su potencial de crecimiento".

Joanne Zhou está en Chile negociando la entrada de capitales chinos al negocio forestal. Su diagnóstico, en Revista Capital, es duro: "Los procesos acá no están avanzados. No tienen buena tecnología (...). En China utilizamos el 95% de la madera, sin embargo, acá lo que yo he visto es que esa tasa es de 70% a 80%. Hay un gran desperdicio en Chile".

La respuesta del empresariado sigue siendo que hay que centrarse en nuestras ventajas competitivas, en productos como el cobre. "La excusa que se dan los chilenos a sí mismos, de que tienen ventajas competitivas en recursos naturales, es falsa", responde Haussman. "Países que tienen más recursos naturales, como Australia y Noruega, venden más bienes no primarios y servicios que Chile (…), son más diversificados a pesar de tener más materias primas", agrega.

"Los chilenos no innovamos más porque enfrentamos barreras regulatorias e impuestos", dice el director de empresas Bernardo Fontaine. De hecho, la Comisión de Productividad recomienda 108 medidas para simplificar trámites y regulaciones. Pero si ese fuera todo el problema, ¿cómo se explica que hasta la caótica Argentina, con su Estado hipertrofiado, invierta casi el doble que Chile en investigación y desarrollo (I+D)? ¿Cómo se entiende que los argentinos hayan creado siete "unicornios" (startup con una valorización de más de U$$ 1.000 millones), y los chilenos tengamos apenas uno (Crystal Lagoons)?

En 1999, un convenio con el Banco Mundial proponía pasar de una I+D del 0,55% del PIB, a 2,3% en 2021. A punto de cumplir ese plazo, no solo no hemos avanzado nada: la inversión ha bajado sostenidamente y hoy es apenas 0,36% del PIB.

¿Y entonces? Hausmann culpa de la falta de innovación a una "cultura empresarial extremadamente cerrada. Los empresarios chilenos vienen de los mismos tres o cuatro colegios, de dos universidades, de los mismos apellidos". Por eso, dice, Chile "no da oportunidad de movilidad a su propia gente y no se beneficia del talento que existe en el resto de los países". Como advierte el autor de Por qué fracasan los países, James Robinson, "tal vez Chile se quede estancado por la naturaleza oligárquica de su sociedad".

Ser desarrollado no es sacar más y más piedras para ponerlas en barcos más y más grandes. Es tener una sociedad más sabia y más compleja. "En un país de producción diversa hay mucha gente que sabe cómo generar y hacer cosas más específicas y valiosas: eso hace a un país más rico", dice Hidalgo.

Somos lo que producimos. No entenderlo es la trampa que hace que la olla de las monedas de oro se aleje a cada paso que damos.

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