La oportunidad de Piñera



Predomina hoy la impresión de que Sebastián Piñera maduró como político, extrajo enseñanzas de su primer mandato y comprende hoy mejor que ayer su propio rol. De sus pronunciamientos, se deduce que tiene mayor conciencia de que la tarea de gobernar es distinta de la función gerencial, y que exige dialogar, dar razones y generar acuerdos. Obtuvo un sólido respaldo electoral, pero él y sus colaboradores deben tener claro que ese capital puede diluirse si los ciudadanos se forman una opinión negativa sobre el modo de ejercer el poder, o perciben disonancias entre las palabras y los actos.

Gobernar una sociedad compleja se ha hecho muy difícil. Por ello, es valioso que Piñera declare que su gobierno no viene con la lógica de la retroexcavadora ni con espíritu refundacional. Es un buen punto de partida.

Frente al exceso de retórica de estos años, es deseable que el nuevo gobierno use un lenguaje sobrio, que no ande buscando ningún tipo de épica artificial y, sobre todo, que no les cuente cuentos a los chilenos. Ya sabemos que es muy nociva la grandilocuencia de quienes gobiernan, entre otras cosas porque los encierra en una burbuja de arrogancia.

Además de reactivar la economía, Piñera quiere concentrar su gestión en un acuerdo sobre la infancia, otro sobre la delincuencia y el narcotráfico, otro respecto de la modernización del Estado y uno para "hacer cirugía mayor a la salud chilena". Esto responde bien a las urgencias principales, y solo cabría agregar una reforma previsional que mejore en breve plazo las bajas pensiones que reciben miles de compatriotas, lo cual exigirá un aporte específico del Estado.

Todo indica que el Ministerio de Desarrollo Social cumplirá una función clave. No importa si esto expresa las motivaciones de lo que Carlos Peña llama "la derecha compasiva", la cual estaría movida solo por un asistencialismo de circunstancias, o si se conecta con la concepción de un orden más justo. No descartemos, por supuesto, que la centroderecha quiera demostrar que la izquierda no tiene "el monopolio del corazón", esto es, de los buenos sentimientos y el afán de justicia. Como sea, lo que cuentan son los frutos, y eso demandará un esfuerzo metódico por sumar los esfuerzos del Estado y del sector privado para batallar, en primer lugar, contra la pobreza en la que viven más de dos millones de compatriotas. Si Alfredo Moreno incorpora a las empresas a ese empeño, será beneficioso para el país.

¿Habrá un sector de la oposición que aplicará el viejo principio de "tanto peor, tanto mejor?" Démoslo por descontado. Pero habrá seguramente otro sector opositor que no querrá ser cómplice de la irracionalidad. Dependerá principalmente del equipo gobernante que prevalezca el espíritu constructivo.

Existe un clima de razonable optimismo sobre el futuro. Para que perdure, será vital que el nuevo gobierno actúe con destreza política y que el mandatario haga suya la templanza republicana.

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