La política a merced de partidos minoritarios

La proliferación de facciones en desmedro de partidos más fuertes está generando incentivos para proyectos cortoplacistas, lo que es muy dañino para el país.



La ominosa derrota política que experimentó el gobierno luego de que sus propios parlamentarios concurrieran a aprobar la reforma constitucional para el retiro de fondos de pensiones -acción promovida desde la oposición- supone un quiebre mayor en Chile Vamos, abriendo profundas interrogantes sobre la gobernabilidad que el bloque será capaz de brindar en lo que resta de este mandato. A su vez, las numerosas fuerzas y corrientes que integran la oposición parecen haber encontrado aquí una chance de volver a rearticularse como futura alternativa de gobierno, pero a la luz de sus desavenencias y conflictos internos es temprano para darlo por establecido.

La inédita diáspora de votos tanto en la UDI como en Renovación Nacional no solo le ha quitado base política al gobierno del Presidente Piñera, sino que revela también que dichos partidos han perdido consistencia interna, siguiendo la suerte que ya antes corrió la centroizquierda, donde las fuerzas que componían la Nueva Mayoría terminaron dispersas en una multiplicidad de facciones. El fenómeno no es coyuntural; antes bien parece un cambio mayor en ciernes, donde la era de los partidos fuertes, capaces de generar grandes bloques y con alto poder de negociación -algo que fue la tónica de los últimos 30 años-, está retrocediendo. El país va quedando entonces a merced de minorías, cada una de ellas velando por sus propios intereses, muchas veces cortoplacistas, haciendo que todo se vuelva más frágil e impredecible.

Así, no debe extrañar que los acuerdos se estén empezando a fraguar fuera de los partidos, y que lo que hasta hace poco aparecía impensado, como el hecho de que parlamentarios oficialistas prestaran sus votos para impulsar una reforma constitucional que debilita fuertemente las atribuciones exclusivas del Presidente de la República en materia de gasto fiscal, ahora sea una realidad, abonando el terreno para que el Congreso establezca una suerte de cogobierno, desnaturalizando por completo el diseño institucional que ha prevalecido por cerca de un siglo. La caricatura de que hoy el país tiene “dos ministros de Hacienda”, más allá de su ingenio, podría estar adquiriendo verosimilitud, y en la medida que tengamos dos estamentos del Estado disputándose la administración del país, es previsible que la inestabilidad empezará a ser la tónica.

Estas señales ciertamente son muy dañinas para el país, y siendo Chile Vamos la coalición a cargo del gobierno, debe hacer esfuerzos por evitar que estas fuerzas centrífugas -al menos en su interior- sigan profundizándose. Cabe aquí una responsabilidad central en el Presidente de la República, que tanto en su anterior mandato como en el actual ha mostrado escaso interés por gobernar más cohesionadamente junto a los partidos de su coalición, alentando la desafección. Asimismo, ha demostrado predilección por contar con colaboradores que tengan cercanía personal con él, en lugar de optar por personeros que provengan de la base de partidos que lo sustentan. El esperado cambio de gabinete -a estas alturas un hecho inevitable tras la fuerte derrota que sufrió el comité político, especialmente el Ministerio del Interior- debe esta vez procurar un diseño que refleje mejor los equilibrios entre las principales fuerzas y a su vez cuente con figuras de mayor ascendiente, de tal manera que no sea necesario que el Presidente de la República siga desplegando un excesivo protagonismo y se exponga a un desgaste mayor.

Las directivas de los partidos deben, a su vez, mostrar mayor habilidad para efectos de intentar conservar la máxima cohesión que sea posible en sus propios partidos, evitando que la fragmentación continúe. Las amenazas de llevar a parlamentarios “díscolos” ante el tribunal supremo, o la insistencia en la búsqueda de caminos propios, alejados de los idearios del sector que representan, no ayudan en esta tarea, y su labor será elegir representantes que defiendan mejor los ideales que sustentan su proyecto político.

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