La política y el Oráculo de Delfos

FOTO: LUIS SEVILLA / LA TERCERA

No somos ni seremos el oráculo de Delfos; no oiremos el canto de las sirenas y nadie nos va a botar del caballo. Qué nos queda entonces: el diálogo, el sano escepticismo, la apertura a ser persuadido.



Días atrás, Enrique Correa planteó, a raíz de una entrevista en la prensa, la hipótesis sobra la errada interpretación que la política habría dado al apoyo mayoritario de la ciudadanía al movimiento estudiantil y en concreto a la gratuidad. Bajo su óptica el error de diagnóstico estuvo en interpretar este fenómeno como un giro hacia una izquierda más radical, en vez de observarlo como el grito de una sociedad cansada de abusos y deseosa de bienes públicos de calidad. Montados en ese error se habría instalado el concepto de la refundación, minando el centro político y trayendo consigo otras consecuencias aún más nefastas.

Coincidamos con el planteamiento o no, tenemos que aceptar que la realidad está conformada por una complejidad que permite la interpretación y nos obliga a acercarnos desde distintas veredas. En este juego la política, como cualquier fenómeno humano, puede ganar o perder. ¿Qué representa el 80% del apruebo? ¿Porqué un gobierno con baja aprobación podría, eventualmente, pasar la banda a su sector? ¿Apruebo es fojas cero? ¿Fojas cero es igual a hoja en blanco? ¿Qué representa la violencia?

El tan bullado juego de perspectivas se vuelve fundamental, así como ser conscientes de nuestros propios sesgos. Pero también pienso que nos vendría bien una cuota de humildad, dejar de plantearnos ante los fenómenos como los poseedores de la verdad, como los demiurgos del mensaje social. No somos, ni seremos el oráculo de Delfos; no oiremos el canto de las sirenas y nadie nos va a botar del caballo. Qué nos queda entonces: el diálogo, el sano escepticismo, la apertura a ser persuadido. Y que quede muy claro: no se trata de no tener convicciones, se trata de no tener miedo a ponerlas en cuestión. Quizá después de este sano ejercicio terminemos volviendo a ellas con renovada energía.

Observemos el proceso constituyente bajo este óptica y recordemos los contextos del plebiscito. La “eventual izquierdización” de la ciudadanía y la “acción solapada del Partido Comunista”, sembraron un ambiente de temor frente al cual hubo quienes optaron por el rechazo, sin una convicción fuerte respecto de la opción, sino más bien para evitar el caos. Por el otro lado, vemos el llamado a “rodear la constituyente” temiendo, igual que el otro grupo, que el proceso sea coaptado por aquellos que “no quieren cambiar el modelo”. Miedo y prejuicios. Malos, muy malos ingredientes.

A pesar de lo anterior, hoy vemos un despliegue de eventuales constituyentes, un debate y unas posibilidades que parecen más auspiciosas que hace unos meses. La violencia parece estar reducida a un grupo de outsiders no representativos y las izquierdas y derechas han ido despejando sus convicciones en orden a dejar claros dónde están sus reales afectos. Incluso los más jóvenes (que prejuiciosamente podrían ser los más extremistas) declaran según la encuesta IPSOS – Espacio Público que prefieren como constituyentes a “profesionales destacados” y “expertos en temas constitucionales”. Con la salvedad de que es ésta una preferencia abstracta, da cuenta de una mirada razonable y razonada de los fenómenos. La Constitución, comienza a entenderse, como sostiene Ezio Mauro, como “un intento preparado por gente sobria para que sirva cuando la sociedad se emborrache”, instalándose lejos de un constructo ideológico y propio de la retroexcavadora.

Visto desde este lugar, salir del paradigma de la refundación y evitar los extremos se vuelve una prioridad en orden a dar paso al diálogo, a los acuerdos y poblar el centro… aún cuando hay muchos a los que este “centrismo” les provoque alergia.

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