La precariedad intelectual del Frente Amplio

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El FA incluye una multiplicidad de posiciones, algunas más sofisticadas que otras. Hay, además, liderazgos destacables, como los de Mirosevic, Sharp o Boric. Es, empero, posible identificar aspectos de un pensamiento que se ha extendido allí como central y que guía, aunque no a todos, sí a una parte importante de sus miembros, de la calle a la academia. Se deja caracterizar según cuatro puntos.

1. El mercado es determinado como campo de alienación. Allí se da expresión al egoísmo y lo que le ocurra al otro es indiferente. Sería -como indica uno de sus conspicuos ideólogos- cual en "el mundo de Caín", donde pierde sentido la pregunta por el hermano.

2. Se discierne otro ámbito, el de la deliberación pública, idealmente en asamblea. Este es entendido como campo de plenitud, donde se produce el reconocimiento del otro. Si la deliberación es plena, el reconocimiento del otro sería pleno.

3. Si el mercado es ámbito de alienación y si la deliberación pública en asamblea contexto de plenitud, se sigue que la acción política debe apuntar a superar el mercado y abrir espacio a la deliberación. ¿Cómo? Deliberando y mediante un mecanismo: los derechos sociales universales. Ellos coinciden con el desplazamiento completo del mercado de ámbitos enteros de la vida social, por medio de su prohibición coactiva.

4. Se entiende que este proceso es tan evidente, que se llega a sostener la idea de que el desplazamiento del mercado por parte de una deliberación política sería un paso dotado de cierta necesidad histórica. Ese desplazamiento incorporaría completamente los anhelos no sólo de igualdad, también las añoranzas de libertad.

La argumentación suena plausible. Conocemos los abusos que genera el mercado y la idea aristotélica de la política como un modo de vida pleno no ha perdido validez. Además, la articulación de afirmaciones es clara, de guisa que puede ser seguida por parlamentarios de intelecto discreto o jóvenes recién ingresados a la educación superior.

La argumentación tiene, sin embargo, deficiencias graves. Aquí reparo en tres de ellas.

1. El mercado no es necesariamente campo de alienación. Desde Hegel se sabe que, abandonado a sí mismo, el mercado genera abusos, embrutecimiento, enajenación. Pero, dotado de un marco institucional adecuado, él no sólo es un mecanismo formidable de asignación de recursos, sino, especialmente: de distribución del poder social. Un mercado fuerte permite que los sujetos cuenten con una esfera a resguardo del poder estatal, dotada de recursos económicos. Si desaparece, entonces quien gobierna y quien nos emplea coinciden, el poder social se concentra y las posibilidades del pensamiento y la acción libres se ven menoscabadas (podría agregarse, además, la idea, destacada por la literatura, de que quien consume usualmente no lo hace como patológico egoísta, sino preocupado de otros con los que guarda vínculos de afecto).

2. La deliberación pública, aun cuando se realice plenamente (supuesto el desplazamiento del mercado), no coincide con la plenitud humana. El ser humano tiene una faz pública, y esa se expresa en la deliberación. Pero también tiene un aspecto privado. En él acontecen experiencias afectivas, estéticas y teóricas de las más intensas que puedan vivenciarse. La dimensión privada es heterogénea con la deliberación pública, porque la deliberación es generalizante: en ésta vale lo que es plausible para una generalidad (todos o la mayoría). La deliberación es hostil a lo único, lo singular, lo raro, al escepticismo, a la duda, a la intimidad. Identificar la plenitud humana sólo con la deliberación y darle a ella todos los recursos, desplazando al mercado, importa quitarle a la esfera privada los medios necesarios para que se despliegue adecuadamente.

3. Habida cuenta de la disputabilidad perenne de los asuntos políticos, que, cual decía Plessner, cada individuo es una hondura insondable, pretender afirmar un transcurso histórico necesario, sin "vuelta atrás", mejor aún: sin irrupciones imprevisibles, sólo puede ser visto, dibujándosele a uno una sonrisa (si no fuera por los peligros que entraña la posición), como provincianismo histórico.

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