La tentación contra el plebiscito

Para el 26 de abril está fijado el referéndum constitucional.
Para el 26 de abril está fijado el referéndum constitucional.


Por Carlos Correa, ingeniero Civil Industrial, MBA

Si no hubiese ocurrido la pandemia del Covid-19, el plebiscito sobre la nueva Constitución habría ocurrido ayer. No había dos opiniones al respecto, la opción “apruebo”, que implica iniciar el camino para cambiar la Carta Magna, habría ganado con una amplia ventaja. Pero el virus configuró las cosas de otra manera. En palabras del filósofo y matemático Nassim Taleb, se convirtió en un Cisne Negro, concepto referido a los fenómenos que no son previstos en modo alguno y cambian completamente la agenda y el sentido de la historia.

Para la actual administración, la crisis se ha convertido en una bendición. Por un lado, resolvió un problema difícil de orden público, que amenazaba con hacer caer a su segundo ministro del Interior. Blumel, el actual titular respira aliviado en una entrevista que concedió ayer a este medio. Y, por otro, permitió al Presidente recuperar apoyo entre sus votantes, como han demostrado sostenidamente las encuestas. Ese éxito es reflejado en la propia acción del Mandatario en una vacía Plaza Italia; ahora repintada, como símbolo que la agitación social en Chile ya terminó.

Para la oposición, el coronavirus se ha vuelto una tragedia política. La contraportada del semanario The Clinic, burlándose por su escaso aporte al manejo de la crisis, desató todo tipo de reacciones y en un afán por demostrar unidad, se vio a muchos en una teleconferencia con el presidente de Argentina. Fernández, con la habilidad política de sobreviviente de los Kirchner,  se vengó de Piñera por la afrenta de filtrar un informe a medios argentinos que desmentía su estrategia contra la enfermedad en el vecino país.

Aunque las cosas van bien para el oficialismo, la apuesta tenía que ir más allá. Desde los inicios del estado de catástrofe había voces en la llamada derecha dura para suspender el plebiscito. Los argumentos públicos iban desde los costos asociados, con un mejor uso en mascarillas y ventiladores mecánicos, hasta el período de incerteza asociado en el medio de una crisis económica. Ese discurso ahora se tomó los interiores de Palacio, hasta tal punto que el ministro del Interior lo mencionó en su entrevista. A primera vista parece razonable. Si los tiempos cambiaron y la agitación social que llevó a la discusión constitucional se apagó, ¿qué sentido tendría entonces hacer un plebiscito en octubre?

Esa tentación de postergarlo o apagarlo es peligrosa. Como el país lo aprendió con dolor después del 18 de octubre, el costo de la inestabilidad política es siempre alto. Los países que corcovean y pasan por encima de sus propios compromisos se vuelven a la larga en poco creíbles, y por tanto más caro para invertir. A quienes les importa la economía, como muchos que sueñan con la suspensión indefinida del plebiscito, saben que no hay nada que aleja más a los inversionistas que las tormentas que hacen tambalear la institucionalidad.

Ese es el riesgo verdadero de la suspensión del plebiscito. Además, los partidarios del “rechazo” están haciendo un mal negocio. El aumento de la popularidad del gobierno y el lógico temor ante las incertezas en materia de ingresos familiares y salud hará a los votantes más reacios a aventurarse en un cambio a la Constitución. Los líos de la oposición mayoritariamente negacionista ante el gobierno, complicará más la defensa pública de la opción “apruebo”. Pero la tentación de siempre ir por más que suele aquejar al Presidente, puede terminar echando a perder un buen momento para el oficialismo.

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