La tentación totalitaria

TOPSHOT - A woman in a mask walks past a mural of a hand on the side of a building in Midtown New York City April 22, 2020. - Governor Andrew M. Cuomo said he would extend New York State’s shutdown until May 15 in coordination with other states to make progress in containing the coronavirus. (Photo by TIMOTHY A. CLARY / AFP)


Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

¿Corremos riesgo que tras esta pandemia nos encontremos sumidos en un mundo totalitario? Es posible. Por de pronto, se habla, nada de ingenuamente, de la presente crisis como si se tratara de una guerra. En paralelo, se nos anticipa que, de llegar a sobrevivir algo en esta vuelta, será el Estado, lo cual entusiasma a no pocos devotos del autoritarismo. Para peor, la historia pareciera confirmarlos en su propósito.

Varios hitos pasados refuerzan esta suposición. Es sabido que el absolutismo debe su existencia a guerras civiles y religiosas en el siglo XVII, dando lugar al Estado-nación todopoderoso que conocemos, capaz de monopolizar fuerza. En segundo lugar, el que la Francia revolucionaria amenazara barrer con todo (historia, religión, tradiciones y libertades), excepto el Estado, lo único que salvó de ser guillotinado (la tesis de Tocqueville), da como para pensarlo. Y, tres, que incluso en Gran Bretaña, durante la Segunda Guerra Mundial, se optara por medidas dictatoriales de emergencia, tremendamente draconianas.

Este último caso es, quizás, el más significativo, por su proximidad como por haberse llevado a cabo en un país respetuoso de tradiciones libertarias. Recordemos que sucesivos actos unánimes del Parlamento en 1939 y 40, ordenaron que “personas pusieran sus prestaciones, servicios y propiedades a disposición del gobierno”, lo cual le permitió a la autoridad un absoluto dominio para continuar el esfuerzo bélico, mediante conscripción masiva (defensa armada y civil), dirección de empresas de negocios, control de precios y racionamiento, entre infinitas otras medidas prescriptivas. En palabras de William L. Shirer, historiador y testigo, “ni siquiera la Alemania totalitaria llegó hasta tales extremos” (ahondó en racismo y terror, en cambio). Si incluso se ha dicho que Orwell tuvo en mente para escribir su novela distópica 1984, no solo a la URSS, también la experiencia de su país en plena guerra, de ahí su sátira a la ideología totalizante que llamara Ingsoc, acrónimo de “English Socialism”. Para qué decir el vínculo entre esta experiencia y el colapso económico mundial post 1929, eventualmente el Estado benefactor del período de posguerra, feroz de burocrático. Complicado asunto este Leviatán monstruoso, comienza como emergencia y termina volviéndose irrevocable.

Por último, han aparecido agravantes adicionales recientes: una globalización perversa y homogenizante, respuestas locales que tienden a reflotar nacionalismos latentes, la antipolítica y el nihilismo cultural haciendo lo suyo, masas carentes de frenos, medios de control social intrusivos, fake news, un mundo casi entero en cuarentena (difícil imaginar algo más total), y la inminente paralización económica mundial. Las condiciones están dadas. La pregunta es cómo no caemos en la tentación.

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