¿La última oportunidad?

MANIFESTACIONES EN SANTIAGO
FOTOS: PATRICIO FUENTES Y./ LA TERCERA


El país experimentaba fuertes tensiones desde hace años. La ciudadanía pedía "Ni un peso + a las AFP", una sensible mayoría aprobaba reducir la jornada de trabajo semanal a 40 horas, sobre todo teniendo en cuenta los largos tiempos de traslado; se reclamaba por las listas de espera en la salud pública y los altos costos de la privada, y cada día era más claro que la educación no garantizaba la ansiada movilidad social.

Por su parte, el gobierno, la derecha, el empresariado y sectores de la "vieja Concertación" denunciaban el deterioro de la política, el divorcio entre ella y la razón técnica, una presunta falta de argumentos racionales en las reivindicaciones, y un supuesto populismo ramplón de la izquierda. La tecnocracia se pavoneaba, presumiendo una superioridad inapelable.

Repentinamente los reclamos estudiantiles bajo el lema "evasión masiva" se transformaron en una vorágine de violencia no vista en los últimos 30 años, no es necesario hacer un recuento, el balance está grabado, indeleble, en nuestra memoria. La cruda y generalizada violencia cambió Chile. En pocos días el Presidente de la República se vio obligado a pedir perdón, el mundo empresarial reconoció que había escuchado con "orejas cortas" -hace tiempo decíamos que el empresariado no intentaba siquiera "ponerse en los zapatos de la gente"-, y el silencio de los expertos admitió que "no la vieron venir". La izquierda que identificaba los problemas del país se vio sobrepasada, al no poder articular propuestas y coaliciones viables. Como si alguien no lo hiciera, la derecha insiste en que se condene la violencia, obstaculizando el debate.

Es indispensable que lleguemos como sociedad a entender cómo Chile derivó a esta situación, en que algunos de los propios usuarios del Metro, de aquellos que reclamaban que no existían ni supermercados ni farmacias en sus barrio los hayan saqueado y quemado. Tras esta anomia hay una desigualdad irritante, un permanente abuso, una galopante corrupción, una "pillería" que alaba la "pasada" del mago de las finanzas y de la fuerza de venta. En suma, Chile se vio permeado por una ideología materialista que santifica que cada uno persiga sus fines sin preocuparse de la mayoría.

Para salir de la crisis es necesario entender esta explosión de violencia como un aviso, quizás como una última oportunidad, como lo fue el Caracazo en Venezuela. No basta, ni siquiera para empezar, elevar la PBS en 20 mil pesos, o llevar el salario mínimo a un ingreso garantizado de 350 mil. Es necesario responder a las causas que generaron la violencia. La ciudadanía lo entiende, y se manifiesta pacífica, cotidiana y descentralizadamente, incluso en los barrios acomodados, señalando que para inaugurar una nueva normalidad el gobierno tiene que dar su brazo a torcer, y escuchar a la gente.

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