En esta nueva conmemoración del Día Internacional de la Mujer, quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones acerca del papel de la mujer como maestra, realidad que vivo día a día y que me enorgullece profundamente. Ser mujer y docente es una tarea especialmente trascendente, tanto por las responsabilidades que ambas circunstancias implican, como también por el amor inagotable que debemos impregnar a cada una de nuestras acciones cotidianas.

La mujer ha ganado en la Educación la equidad que muchas veces le ha sido mezquina en otras áreas de desarrollo y, en este sentido, debemos sentirnos orgullosas del camino recorrido y de lo que hemos logrado. Que hoy podamos desenvolvernos en un espacio de desarrollo profesional donde somos valoradas y respetadas por nuestras competencias es especialmente gratificante, ya que es nuestra capacidad de contribuir al desarrollo social y no nuestro género lo que siempre debió determinar nuestro valor como seres humanos.

Sin embargo, seguir construyendo y fortaleciendo este avance requiere continuar trabajando por él. Las mujeres profesoras debemos contribuir a la equidad de género desde los primeros años de enseñanza. Sabemos que idealmente esta equidad debería ser experimentada primero en los hogares, pero la realidad nos lleva a constatar que lamentablemente aún estamos un poco lejos de transformar este anhelo en una realidad transversal. Debemos, por lo tanto, asumir este desafío con valentía y una profunda responsabilidad sin olvidar que al hablar de desigualdades y su reproducción a través de los siglos no podemos dejar afuera a tantos varones que desde pequeños también han sido víctimas de la imposición de roles que la sociedad continua asignando, delimitando así nuestra capacidad de autodeterminarnos.

Sin embargo, terminar con estas desigualdades es una tarea que no podemos emprender solas. Requiere del apoyo y convicción también de nuestros colegas profesores y de cada integrante de esta sociedad. No dejemos que la costumbre sea más fuerte que nuestro deseo de cambio, ni permitamos que niñas y niños continúen siendo educados para responder a los roles asignados. Ojalá nunca más observemos como testigos mudos sentencias que nos dicen que los niños son "mejores" que las niñas para Matemáticas y Ciencias, por ejemplo, pues se trata de una creencia que podemos y debemos cambiar. Muchas veces, la solución comienza de manera tan sencilla como un cambio en nuestro lenguaje. No construyamos con él una realidad que impida tanto a niñas como a niños sentirse libres y seguros, avanzando hacia una sociedad donde prime el amor y la comunión, y se deje atrás el odio, las inequidades, la intolerancia y el rencor.

Acompañar a las niñas y a los niños a comprender el valor de cada ser humano, más allá de su género o de su raza, es una tarea especialmente desafiante, pero que las mujeres maestras ejecutamos con profesionalismo, esperanza y un infinito amor por nuestros estudiantes. Sabemos que cada uno de ellos es un mundo particular, y cada uno de ellos merece nuestro mejor esfuerzo. En este Día de la Mujer, la invitación a todas las maestras es a ser más que nunca el motor de cambio que los niños y niñas de nuestro país necesitan.