Las mujeres, siempre una promesa electoral pendiente

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Por Alejandra Inostroza, académica Escuela de Trabajo Social UC

Hace muy poco, en Chile y el mundo observábamos con asombro y tristeza a través de distintos medios de comunicación la llegada de los talibanes a Kabul y junto con ellos, las distintas repercusiones en las libertades de mujeres y niñas afganas. Nuestros ánimos y distintos grados de empatía sin duda estuvieron abocados a generar reflexión, crítica y hasta propuestas al difícil momento. Y recuerdo haber escuchado personas que comentaban “cómo pasa algo así en estos tiempos, ya no puede ocurrir en el siglo XXI una realidad como ésta”

El asunto está justamente en eso, que ocurren y no solo eso, pasan por sobre nuestros ojos a diario, pero ya lo hemos invisibilizado.

No hay acto violento más grande e históricamente presente, como la desigualdad, pero ya casi no la percibimos y peor aún, es parte natural del sistema imperante.

Parece difícil avanzar en su erradicación sin abordar la desigualdad estructural de género que atraviesa las sociedades latinoamericanas, y que se expresa en las limitaciones para el ejercicio de la autonomía física, económicas y en la toma de decisiones.

Violento es que, en estos tiempos, estemos permanente haciendo un llamado como mujeres a la valoración del trabajo invisible de cuidado, el cuestionamiento de la precariedad laboral, el impacto agravado de la desocupación entre las mujeres más jóvenes, las barreras para el control del propio cuerpo y las violencias en los procesos reproductivos, la ausencia de políticas de cuidado integrales y de garantías para la participación en todos los ámbitos de la vida social, política y económica.

Sin ir más lejos, la idea que proponen organismos como la Organización Internacional del Trabajo de la “corresponsabilidad”, en un contexto como el chileno pareciera avanzar solo desde nuestro imaginario esperanzador pero la realidad dice todo lo contrario. En nuestro país, según un estudio titulado  “Radiografía al Hombre Cero” en el año 2020, el 71% de los hombres le dedica cero horas semanales al apoyo escolar de sus hijos; el 57% cero horas al cuidado de niños; y 38% cero a tareas domésticas. Lo triste de esta sobrecarga, es que erradica y atenta con la educación, el ocio, la participación política y, sobre todo, empleo remunerado que pueden tener las mujeres.

Son también estas formas de violencia las que demandan cambios estructurales y culturales en busca de resultados duraderos y de las que nos encontramos sin grandes avances. Entre los cimientos de la cultura patriarcal y la superficie de la vida cotidiana, las violencias se presentan en un continuo sigiloso y disruptivo que atraviesa los espacios públicos y privados, comprometiendo las oportunidades para el desarrollo de las mujeres consideradas en toda su diversidad y sin ir más lejos, para nuestras niñas en un futuro.

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