Lavín, otra vez

Lavín


Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

Resulta extraño que medio mundo ande permanentemente “redescubriendo” a Joaquín Lavín cuando se le conoce al revés y al derecho hace rato. Viene renegando de la derecha desde 1999 aun cuando un año antes defendió a Pinochet detenido en Londres (hacia 1989 decía: “nos devolvió la esperanza... iba también a entregarnos un futuro”). El 2001, se anticipó a la Concertación y a Lagos en querer eliminar el Altar de la Patria. El 2005 dijo que se arrepentía de haber votado SÍ el 88. Entre medio se fotografió con Fidel y posó junto a la estatua de Allende en La Habana; luego se disfrazó de aimara, y defendió los “cafés con piernas”. De hecho, ya el 2002 parecía un populista desatado; lo dije en este diario aun cuando entonces apenas se usaba el término. Por tanto, qué más da que ahora se autodefina socialdemócrata.

Es cierto, afirmaciones iniciales y remordimientos posteriores suyos se lanzan con igual grado de convicción, lo que no deja de ser desconcertante. ¿A cuál de los dos Lavín, por tanto, habría que creerle? Eso siempre que uno suponga que al propio Lavín le importe la coherencia, cuando todo pareciera indicar que lo que él busca es congraciarse con los chilenos y, por lo visto, los estima por lo que son: gente poco constante.

Cuando escribió la Revolución Silenciosa el 87, estaba fascinado que Chile y nuestros compatriotas estuviesen tan integrados con el mundo. No era efectivo que fuésemos en aquel momento un país paria; para nada, puesto que la población mundial ascendía a 5 mil millones y nuestras exportaciones se empinaban también a ese nivel. “Esto significa -sostendría- que hoy le vendemos mercaderías por el valor de un dólar a cada habitante del planeta”. Todo un récord gracias a que cientos de chilenos exportaban “palitos de helados, arañas, kiwis, juguetes, armas, programas de software”. Por cierto, una “revolución silenciosa” que se fue volviendo más tarde en lo que sabemos, mientras, en paralelo, Lavín devenía (cuento corto) en “bacheletista-aliancista” (2007), y hoy por hoy “socialdemócrata”.

¿Extraordinario? No si se sigue su misma lógica en que él se ubica donde cree que se ubican los chilenos. Lo acaba de apuntar con todas sus letras: “Es la gente ahora la que manda, la que tiene el poder, la gente ahora se representa a sí misma”. La élite, no importa (“el poder ya lo perdió”). La Constitución de Pinochet, Guzmán, la Concertación, Bachelet, Piñera, tampoco (ergo hincha por aprobar una nueva). Lo que es el Congreso y otras autoridades, pesan menos. Se puede prescindir de todos ellos: no se requiere de mediación, hemos arribado a la tierra prometida y es la gente que ahora manda.

Más allá de que la gente mande, que es sumo dudoso, lo que es claro es que Lavín está en lo suyo de siempre: halagando al chileno, y cruzando los dedos que éste le crea.

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