Lavín en el punto de no retorno

Joaquin Lavin
El alcalde de Las Condes, Joaquín Lavín. Foto: Marcelo Segura


Joaquín Lavín es uno de los políticos más sorprendentes, resilientes y mediáticos del país, con un talento único para encarnar al mismo tiempo ideales de emprendimiento y libertad individual junto a demandas de justicia social supuestamente propiedad de la izquierda, impulsándolos más allá de la retórica, en acciones concretas características de la denominada UDI popular.

En los temas de ciudad, su capacidad de innovación y carácter cosista lo ha llevado a acciones tan espectaculares como bombardear nubes para que llueva hasta vigilar la ciudad con drones. Y en algunos casos ha sido un visionario, instalando playas urbanas temporales en sectores populares de la comuna de Santiago, adelantándose por décadas al urbanismo táctico que hoy tantos celebramos en Nueva York o nuestras plazas de bolsillo.

Ese liderazgo táctico es lo que precisamente convierte hoy a Lavín en el emblema de la inclusión social. Independiente de si existió o no la voluntad de insertar un proyecto de vivienda social en Vitacura, el resultado gatilló que Lavín se comprometiera con la hasta entonces invisible causa de miles de familias que viven en Las Condes como allegados y necesitan la ayuda del Estado para acceder a una vivienda digna en la comuna.

La jugada de Lavín de construir una torre de vivienda para 80 de esas familias en la rotonda Atenas desató un conflicto inmediato con los vecinos -y un velado temor en otros que pueden correr la misma suerte-, o sea, sus votantes. Al mismo tiempo congregó una ola de apoyos transversales y elogios que superan por creces cualquier posición crítica o costo político que pueda implicar. En otras palabras, Lavín destapó la principal deuda de nuestra realidad urbana: que las exitosas políticas habitacionales no fueron capaces de ofrecer acceso a vivienda de bajo costo en barrios cercanos a las oportunidades, expulsando a los más vulnerables a la periferia, intensificando la segregación y exclusión social.

La jugada de Lavín no solo lo pone a la vanguardia de la gran reforma urbana que teníamos pendiente, sino que la lleva a un punto de no retorno, donde se apropia e instala en el corazón de la derecha el sueño de inclusión que la izquierda no fue capaz de realizar desde la desaparición de la Cormu y la Corvi.

Este punto de no retorno también indica que el alcalde está dispuesto a pagar un alto costo local por un fin superior, ya que en caso de salir airoso con el plan, las proyecciones hacia la primera elección de Gobernador Metropolitano o la esquiva Presidencia están a una rotonda de distancia.

Más allá de la suerte o visión de Lavín, debemos celebrar su arrojo en detonar estos conflictos virtuosos, que nos obligan a construir nuevos consensos, dejando atrás dinámicas de exclusión, segregación y desconfianza que nos penan desde que se instalaron los programas de erradicación de poblaciones en los ochentas.

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