Lecciones que son también "legado"

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Bachelet en la Plaza de la Ciudadanía. Foto: Agencia Uno


¿Qué dejará el segundo gobierno de Bachelet? Hay que comenzar diciendo que fue el gobierno más transformador desde 1990. La ley de inclusión y la ley de aborto, la reforma al sistema electoral, la nueva regulación de la relación entre el dinero y la política, las cuotas de género en el Congreso y otras son reformas que importan no solo por sus positivos efectos regulatorios directos, sino también porque cambiarán los términos de nuestras discusiones futuras sobre educación, derechos sociales, instituciones políticas, agenda de género, etc. Ese es un "legado" importante.

Esto no implica negar todos los problemas que el gobierno enfrentó y las deficiencias de muchas iniciativas. El balance que hay que hacer incluye oportunidades perdidas. Entre los casos más notorios pueden mencionarse el tema constitucional y el reconocimiento de los pueblos indígenas. En cuanto a lo primero, lo que empezó como un proceso participativo orientado a una nueva Constitución nacida en democracia terminó con un proyecto que recoge buena parte del lenguaje y las instituciones guzmanianas que se apartaron o negaron lo mejor de la tradición constitucional chilena (referencias a los "cuerpos intermedios" y leyes orgánicas constitucionales incluidas); en cuanto a lo segundo, cuatro años más de incapacidad de reacción política ante una demanda de reconocimiento cuya justicia es obvia. Todo esto deja lecciones, que son también parte del "legado". Son, de hecho, una parte especialmente importante para el tiempo que viene, en el que lo decisivo será si quienes creemos en la necesidad de una transformación hacia un Chile post-neoliberal lograremos converger.

Aquí puede ser oportuno marcar dos de esas lecciones: primero, que un programa transformador no es un acuerdo entre cúpulas partidarias. El programa de la Nueva Mayoría no descansaba en una fuerza política y social articulada. Debilitado el apoyo personal de Bachelet, el gobierno quedó sin fuerza, expuesto además a la oposición interna y externa. Esto significa que parte importante de lo que viene se jugará en la capacidad de restablecer los vínculos, hoy totalmente cortados, entre la política de los partidos y las instituciones y la sociedad. Necesitamos encontrar formas de combinar de manera creíble la participación ciudadana y la pretensión de la política de actuar en representación de todos. No es fácil, pero mucho depende de ello.

La segunda es que un programa implica pasar de la idea genérica de transformación a contenidos concretos que deben estar técnicamente validados. Cualquier transformación significativa va a encontrar la resistencia de esos que se ofenden cuando los llaman "los poderosos de siempre". Pero todo es más difícil si además esta segunda condición no se cumple. La agenda del gobierno de Bachelet se vio considerablemente afectada por la acusación de que sus reformas no eran técnicamente adecuadas, que parecían improvisadas. Por cierto, parte de esa acusación era solo propaganda. Pero esa propaganda no fue exitosa porque sí. Yo no creo que esta sea de las razones más importantes para explicar los problemas que el gobierno enfrentó, pero sí es una que está totalmente bajo el control del gobierno que conduce las reformas.

El desafío para los años que vienen es construir un programa transformador que sea la articulación política de la fuerza social que permita su realización, y que se componga de reformas cuidadosamente pensadas y técnicamente validadas. El esfuerzo de hacerlo creará las condiciones para la convergencia política. La necesidad de estas tres dimensiones es parte importante de los aprendizajes que nos deja el primer intento de transformación del neoliberalismo chileno.

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