"El linchamiento de Mauricio Rojas"



SEÑOR DIRECTOR

Se equivoca Álvaro Vargas Llosa en su columna publicada ayer en La Tercera, al ayer al defender a su amigo Mauricio Rojas en nombre de que éste nunca incurrió en negacionismo de las violaciones a los Derechos Humanos por la dictadura de Pinochet y sus cómplices activos y pasivos. Lo que perdió a Rojas fue algo más inaceptable que el negacionismo: el público y profundo desprecio que mostró por el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos e, indirectamente, por todos quienes dan valor a ese museo, partiendo por los familiares y personas próximas a las víctimas. Lo perdió también su muy discutiblemente sincera declaración de que justo en los dos últimos años había cambiado de opinión sobre el museo. Nunca explicó a qué se había debido ese cambio y por qué fue tan reciente, a menos que se hubiera tratado de otra conversión.

Y sobre los conversos, siempre me he preguntado cuánto de la conversión de antiguos izquierdistas ultras a la hoy dominante derecha podría provenir del arribismo. Sí, del arribismo político, desde luego, pero también social, ese vicio que consiste en seducirse de pronto con el mundo de los ricos, con subirse al yate o al helicóptero de los poderosos, y hacer méritos para ser aceptados en su círculo.

Si existe la aporofobia -el rechazo al pobre, como si la pobreza fuera un defecto-, también existe la plutofilia -el amor por los ricos, como si la riqueza fuera sinónimo de virtud.

Agustín Squella

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