Lo vimos venir...

Los camiones aljibe distribuyen agua en la mayoría de las comunas con escasez hídrica.

Por Pablo Allard, decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad del Desarrollo

Antes del estallido de octubre de 2019 la agenda política era dominada por el cambio climático, agudizado por el año más seco que se tenga registro y los preparativos de una COP25 donde avanzaríamos en acuerdos globales. De súbito, la agenda, las prioridades y Chile cambió. Pero la crisis climática no se detuvo, con inundaciones masivas en Asia y Europa, temperaturas sobre los 40 grados cerca del Ártico y pronósticos de que en Chile el 2021 será más seco que el 2019.

El ministro de Obras Públicas recientemente informó el balance hídrico de los primeros seis meses del año. Si bien descartó el riesgo de desabastecimiento en la mayoría de las áreas pobladas del país, gracias a embalses como el Yeso en Santiago y Los Aromos en Valparaíso, esto no resuelve el problema, reconociendo que: “lo que estamos enfrentando no es una sequía, una emergencia o algo puntual, esto es algo permanente”.

Para dimensionar la crisis hídrica que vivimos, la única zona de Chile con un año similar al promedio histórico de precipitaciones es Maule. Entre Atacama y Coquimbo los déficits de lluvia son superiores al 90%. Les siguen déficits cercanos al 65% entre Valparaíso y O’Higgins, y en el caso de la Región Metropolitana, Meteorología espera que se acumulen menos de 139 milímetros en el invierno. En un año normal llueven 341mm, y a julio, Santiago debería llevar acumulados 239 mm; el año pasado llevábamos 180,8 mm, y hoy solo vamos en 77,8 mm, más de dos tercios menos que en un año normal.

Gran parte del Valle Central, incluida la cuenca de Santiago son consideradas hoy zonas áridas, esto es, que evaporan más agua de la que reciben por precipitaciones; de ahí la importancia de los glaciares y nieves cada vez menos eternas. A la falta de precipitaciones y mayor aridez debemos sumar el riesgo de incendios forestales debido al aumento en las temperaturas máximas en el periodo de verano.

El único camino que nos queda es atacar la demanda, y avanzar decididamente en el diseño de edificaciones y ciudades que prioricen la eficiencia hídrica, los pavimentos porosos, sistemas naturales de drenaje y paisajismo xeriscópico (especies propias de zonas áridas que requieren poco riego), bajando los costos de mantención e integrando los parques con el contexto natural en que están.

Pese a la escasez y altos costos de potabilizar el agua, seguimos regando, llenando los WC y lavando la ropa con agua potable. Menos de un 5% del consumo doméstico de agua se bebe o utiliza en cocina. Cada día cientos de miles de litros de agua limpia se desperdician en el alcantarillado. El último enjuague de la lavadora, la ducha, y tantos otros más constituyen “aguas grises”, que si bien no son bebestibles, pueden ser reutilizadas en riego o lavado de aceras antes de desperdiciarlas. Lamentablemente nuestros hogares ni nuestros electrodomésticos cuentan con sistemas de conducción separada o almacenamiento de esta agua, y es solo una de muchas acciones de eficiencia hídrica en las que debemos actuar. A diferencia del 19-O esta crisis si la vimos venir. Al igual que países como Israel o áreas como Arizona en los EE.UU. , debemos asumir nuestra condición de zona árida, y avanzar decididamente en cambiar nuestra relación con el agua, antes que sea demasiado tarde.

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