Los lindos



Por Pablo Ortúzar, investigador IES

Uno de los privilegios de la juventud es la posibilidad de hacerse el lindo: de situarse en un altísimo pedestal y dedicarse a juzgar vivos y muertos con la más extrema severidad. Así, cada generación, durante sus años mozos, puede abusar de la presunción de inocencia en contra de todas las anteriores: todos hacia atrás son injustos, mediocres, egoístas y cobardes. Los jovencitos, ya que nada han hecho, en nada han fallado. Todavía. Hasta que hacen y fallan, y llegan entonces nuevos jovencitos a apuntarlos con el dedo.

En muchos sentidos, dejar atrás esa juventud alumbrada es un alivio. Significa que uno puede dedicarse a tratar de lograr efectivamente cosas, en vez de simplemente juzgar los pocos logros de otros. Para dar este paso hace falta humildad, muchas veces adquirida a porrazos, lo que toma tiempo. La juventud, decía un profesor, es un mal que se cura con los años.

Sin embargo, a veces se falla en fallar. Hay personas que no pueden imaginar la vida sin hacerse los lindos. Eternos adolescentes. Y para que ellos puedan existir, por supuesto, tienen que seguir habiendo adultos a cargo que tomen las decisiones difíciles, hagan el trabajo sucio y carguen con las responsabilidades. Alguien tiene que hacer las cosas para que los lindos puedan criticarlas.

Me temo que la generación de políticos anterior a la mía, que nací en 1985, quedó atrapada en su lindeza. Eran los hijos de los héroes de la transición y parecía que sus padres estarían a cargo para siempre. Se dedicaron entonces a cultivar su ardiente pureza. Y pereza. Y ahora, que tienen 50 y más años, recién comienza a caerles la teja de la adultez. Un símbolo de ellos es Patricio Fernández declarando, ya en su quinta década en el mundo, que (ya) no le da vergüenza ser “amarillo”. Esto, después de haber sido trasquilado por el movimiento estudiantil que en un principio recibió con clamores mesiánicos.

Esta generación acomplejada con la adultez explica, en buena medida, que quienes nos gobiernan sean, en su mayoría, viejos.

El problema es que ningún país aguanta dos generaciones seguidas de lindos. Alguien tiene que asumir el rol de adulto y hacerse cargo. Y este es el principal fantasma que ronda al Frente Amplio: salvo el notable gesto de sumarse al acuerdo nacional en noviembre, lo único que han hecho durante la crisis es posar superioridad moral, dejando que otros paguen los costos. Llamar a protestar durante la pandemia, a dos días de iniciada la cuarentena general en Santiago, es sólo la guinda de la torta. En vez de tratar de construir acuerdos valiosos, han pateado una y otra vez la mesa en nombre de exigencias maximalistas y económicamente irresponsables. Tirar el tejo pasado y acusar a el resto de mezquinos, corruptos y miserables. Y ningún horizonte pragmático a la vista.

Los viejos en algún punto se van a morir. O los lindos les van a prohibir reelegirse. ¿Pero podrá gobernar la generación de Boric y Jackson? Yo llevo varios años criticando la mediocridad de la generación anterior. Ahora temo que la mía deje el país hecho cenizas. O, lo que es peor, reducido a una copia triste de Argentina.

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