Machos, huachos

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En 1845, en el valle de Illapel, una campesina de 26 años, Rosario Araya, murió tras dar a luz a cuatrillizos durante tres días de parto.

En los informes oficiales se consigna el nombre del padre: el peón Mateo Vega. Él no estuvo presente ni en los nacimientos, ni en la agonía, ni después. Los40 fueron distribuidos entre vecinos, abuelos y conocidos.

"No es cosa de maravillarse por el comportamiento irresponsable de Mateo Vega", escribe Gabriel Salazar, quien recoge la historia en su libro "Ser niño huacho en la historia de Chile". "Porque, cuando se tenía un padre como ese Mateo, es decir un simple "peón", había que hacerse la idea de que papá no era sino un accidente -o una cadena de incidentes- en las vidas de su prole. Los hombres como Mateo no formaban familia".

Chile nació como un país de huachos. De conquistadores que desperdigaban descendencia, primero, y de peones y gañanes que vivían una vida nómade, después. Y, en contraste, de madres abnegadas sacrificando salud, tiempo y vida por sus hijos.

La República nace desde ese desgarro, desde esa ausencia.

Nuestro Padre de la Patria fue el hijo natural del gobernador O'Higgins: el "Huacho Riquelme", como despectivamente le llamaba la aristocracia criolla. Y fue precisamente él quien encomendó la suerte de la Patria naciente a la Virgen del Carmen.

El huacho - padre dejaba a Chile al cuidado de una madre.

200 años después, celebramos hoy el Día del Padre. Si no fuera por los insertos comerciales que venden lugares comunes de masculinidad (la promoción del taladro, las tres botellas de ron al precio de dos, los neumáticos en oferta), la fecha pasaría casi inadvertida. El lugar de la madre sigue siendo insustituible. El del padre, accesorio. Aún somos un país de Rosarios mártires y Mateos ausentes.

El desarraigo social del peonaje y, luego, de la migración a las ciudades, es parte del contexto, claro. Salazar calcula que en la primera parte del siglo XX, entre el 75 y el 80% de los niños en los barrios populares de Santiago no tenían padre.

Esos huachos crecieron para ser machos que entendían la paternidad tal como la habían aprendido: desde la ausencia de responsabilidades y derechos hacia sus hijos. Un desapego legalmente aceptado: hasta 1998, en Chile se distinguía a los hijos legítimos de los ilegítimos, estos últimos sin derecho alguno a herencia.

Los herederos de esa clase dirigente que se burlaba del Huacho Riquelme mantenían hasta los albores del siglo XXI la idea de una paternidad optativa, en que las responsabilidades hacia el hijo dependían de las acciones de su padre: si decidía o no casarse, si prefería o no reconocerlo.

En el debate legislativo el obispo Jorge Medina calificaba como inaceptable "que el hijo de una aventura adulterina tenga derechos iguales a los hijos legítimos".

El senador Hernán Larraín advertía del "grave peligro que se cierne cuando se propone legislar haciendo tabla rasa de las distinciones".

En cambio, la madre, argumentaba en 1974 Jaime Guzmán, "está obligada siempre a tener el hijo, en toda circunstancia, como parte de la cruz que Dios pueda colocar al ser humano (…) aunque de tenerlo, derive su muerte. Tiene que optar por el heroísmo, el martirio".

Paternidad a la carta, maternidad de martirologio.

En ciertos aspectos, el Estado mantiene hasta hoy esta lógica. La tuición es por defecto derecho y responsabilidad de la madre. Lo mismo con la sala cuna y el posnatal.

La mecánica del martirio y la ausencia sigue aquí, al menos como ausencia de apego y cotidianeidad entre padre e hijo. Las mujeres deben asumir sin chistar el costo laboral de los derechos de sala cuna y posnatal, mientras la vida profesional del padre sigue como si nada hubiera pasado, libre de cargas pero también de derechos respecto a esos hijos.

¿Qué hacer? Un ejemplo es Suecia y su posnatal compartido. Al menos 60 días deben ser tomados obligatoriamente por el padre, forzando a cooperar en los roles de crianza y distribuir los costos laborales. Los cambios legales y sociales se potencian: hoy los parques de Estocolmo están repletos de padres empujando coches de guagua. Una política realmente pro familia.

En Chile, en cambio, el posnatal masculino es de 5 días. Y sólo el 0,21% de las parejas traspasan parte del permiso de la madre al padre. Es que el vínculo cotidiano con el hijo sigue siendo cosa de mujeres: encontrar un mudador en un baño de hombres aún es una rareza.

Por eso este Día del Padre volverá a pasar sin pena ni gloria. A la espera de que esta generación rompa al fin el círculo maldito de la historia de Chile, ese en que los machos engendran huachos que crecen para repetir el patrón.

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