Maduro(s), coherentes y demócratas

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Como era de suponer, la asunción del gobierno de Nicolás Maduro para el periodo 2019-2025 en Venezuela, ha generado una escalada de cuestionamientos que se venían acumulando hace una cantidad considerable de tiempo.

Primero, a partir de tibias críticas de varios actores políticos y organizaciones de la región, luego desde la fuerte declaración del Grupo de Lima, que se manifestó contra el proceso y el resultado electoral venezolano en mayo de 2018 y que ha derivado en estos días en una señal enfática desde la propia OEA, que declaró "ilegítimo" el segundo mandato de Maduro. La expresión más notable del rechazo internacional a lo que ocurre en Venezuela fue la propia ceremonia que inauguró el nuevo periodo, con la presencia de apenas un par de mandatarios aliados, en muchos casos criticados por sus prácticas y credenciales democráticas. No obstante, y pese a que los cuestionamientos al régimen de Maduro son cada vez más extendidos, persiste en ciertos sectores de la política nacional un cierto rezago y relativismo moral para condenar lo que sucede en el país caribeño.

Pongamos primero la cuestión en perspectiva: lo de Venezuela es grave en múltiples dimensiones. La más evidente es la humanitaria, cuya expresión no es solo la situación de desabastecimiento y las restricciones de acceso a cuestiones básicas como alimentación y medicamentos, sino que, a consecuencia de ello, también el éxodo masivo de venezolanos que han buscado escapar de esta realidad, migración que se calcula en casi 2,5 millones desde 2014.

A ello se suma evidentemente la crisis económica, con una inflación de 1.700.000%, y la crisis política, caracterizada por la prohibición a partidos de la oposición de que no firmaran a favor de reconocer la asamblea constituyente, así como la represión, el encarcelamiento y la tortura de sus principales actores. En suma, un tipo de régimen que está lejos de cumplir con estándares básicos de una democracia mínima, requiere que quienes estamos comprometidos con sus valores seamos enfáticos en denunciar sus vulneraciones y, sin eufemismos, condenemos lo que allí sucede.

En este cuadro, creo que es momento de que aquellas credenciales democráticas que sectores de izquierda hemos usado para condenar las violaciones a los derechos humanos en Chile durante la dictadura, sean las mismas para condenar cualquier vulneración a los principios democráticos en el mundo. Eso muestra madurez política, coherencia en el discurso y credibilidad en los valores que se profesa. Buscar empatar (acusando a la derecha de no tener la altura moral para pronunciarse) o defender la autodeterminación de un pueblo, cuya soberanía ha sido vulnerada, no es el camino correcto.

Es de esperar que la cordura en este debate se imponga. El relativismo solo trae desconfianza y malas noticias para defender valores que debieran convocarnos a todos. Otra cosa es el camino que la comunidad internacional deberá ayudar a buscar para salir de la crisis, pero partir por la claridad en el mensaje es un imperativo moral para quienes creemos que los derechos humanos son un principio básico e irreductible.

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