Marzo chico

Monumental
Agencia Uno


El rebrote de violencia que partió el martes pasado, vuelve a demostrar el enorme poder de choque de las barras de fútbol y que ya habíamos visto en el estallido de octubre. En este caso el detonante fue el atropello y fallecimiento del hincha de Colo Colo Jorge Morales por un camión de Carabineros, en una refriega con barristas afuera del Estadio Monumental.

La investigación recién comienza pero algunas celebridades ya dieron su veredicto: los "pacos" son los culpables por acción u omisión y tienen que pagar, así que el Frente Amplio, con su oportunismo que lo distingue, amenazó al ministro del Interior con una acusación constitucional si no despide al general director de Carabineros.

Con ese aval, las barras salieron con todo. Cortaron avenidas, destruyeron semáforos, cerraron estaciones de Metro y se enfrentaron con carabineros atacando 20 comisarías y dejando decenas de heridos. La escalada de violencia terminó con saqueos, ataques incendiarios a edificios públicos y cuatro fallecidos más.

Sería un error explicar el poder de las barras solo desde un punto de vista delictual. Al igual que en Inglaterra o Argentina, estos grupos tienen un amplio despliegue territorial y arraigo en juventudes marginales a las que ofrecen un sentido de pertenencia que no encuentran en sus familias. Ello explica la fidelidad con los colores o la mística que envuelve a la "Primera Línea", cuya tropa proviene de las barras, que solo en Colo Colo, suman seis mil integrantes distribuidos en 80 barrios o "piños".

Además, las barras tienen recursos y contactos. Los dueños de los clubes les financian bombos y salarios, y los políticos los contratan como brigadistas para instalar sus carteles y destruir los de sus contrincantes. Luego de la crisis han sumado más adherentes que incluyen rostros de multitiendas, académicos, politólogos y estudiantes secundarios que fueron los primeros que dijeron "presente" este 2020, al boicotear la PSU y arruinar a 100 mil jóvenes y sus familias.

Si los barristas y los secundarios suman fuerzas en marzo, el escenario será de terror. Basta que evadan diez estaciones de Metro, para que se active el efecto dominó que termina en saqueos, destrucción y muerte. Como escribió Juan Cristóbal Guarello, los perdedores de esta batalla serán los mismos de siempre: los más humildes que luchan con uniformes de barristas y carabineros, los que sufren los tacos por los semáforos rotos, que pierden sus almacenes o se demoran el doble en llegar a sus casas por las evasiones de Metro.

No ocurrirá lo mismo con las celebridades y los políticos que han usado a las barras para sacar rentas electorales, y que ahora les mandan un abrazo desde la comodidad del barrio alto o de Nueva York, donde es fácil jugar a ser revolucionario con la plata y el dolor ajeno.

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