Mi amigo el cura



En el imperio de la corrección política, todos debemos indignarnos por las mismas causas. No hay espacio para otros puntos de vista, mucho menos para una mirada que aplique alguna dosis de escepticismo al "golpe mediático" de turno.

Hace unos días vimos en los medios uno de esos golpes: un cura, enfrentado por las cámaras, inseguro, niega ser el autor de los gravosos cargos de que se le acusa. Su negación podría ser falsa, pero también podría no serlo. No lo sé. De pronto ha devenido en monstruo y da lo mismo lo que diga. Con o sin culpa, está condenado. Expresar solidaridad o alguna duda respecto a su posible verdad, no es permitido.

Son tiempos duros para los católicos. Durante años hemos estado midiendo la opinión pública; en múltiples ocasiones preguntamos por la confianza en los sacerdotes, en la Iglesia. Este es el peor momento, sin duda alguna. Nunca vi tanta desconfianza, tanta sospecha.Por cierto, hay razones para ello.

Son tan graves y tan numerosos los casos de abusos por parte de clérigos -no sólo en Chile-, que la indignación es comprensible y ha habido consecuencias. La ira del propio Papa Francisco ha sido manifiesta; escuchó a las víctimas, las invitó a Roma, pidió perdón, escribió reprimendas públicas a los obispos; es más, procedió a desmantelar al episcopado chileno completo. El curso de la tormenta es ahora imprevisible, pero ya está desatada.

Entre tanta justificada indignación, sin embargo, creo necesario recordar a otras víctimas, de las que nadie parece preocuparse. Se trata de mi amigo el cura, aunque en realidad no es él, sino los cientos de sacerdotes y religiosas que viven su vocación con fe y hoy están sumidos en el terror. La aprensión parece extendida al interior de esta iglesia acusada, paralizada, a ratos perdida la confianza en sí misma.

Hay miedo en la Iglesia, eso es evidente. No es solo por los abusos, también miedo al profundo cambio cultural que se despliega: la autonomía individual de la modernidad, la libertad, la igualdad de género. Todo ello se enfrenta y cuestiona la manifestación histórica de una iglesia inherentemente patriarcal. La realidad de la Iglesia Católica, como la hemos conocido hasta ahora, se está modificando radicalmente, aquí, frente a nosotros.

Confío sin embargo que una nueva Iglesia emergerá, mucho más cercana a su fundador. Creemos en la buena nueva que trajo Jesucristo, pero también que vino a reformar una religión farisea. Mientras tanto, mi apoyo a las víctimas. A todas, incluyendo (contra lo políticamente correcto) a mi amigo el cura y todos aquellos que viven en silencio su vocación y hoy sufren bajo la sombra de la sospecha.

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