Migración: el factor humano



Por Jorge Burgos, abogado

La situación creada en la comuna de Colchane por la entrada ilegal de cientos de personas que buscaban en vivir en nuestro país, tiene un componente dramático que no podemos perder de vista. Se trata de familias provenientes principalmente de Venezuela, Colombia, Perú y Bolivia que, corriendo enormes riesgos, han visto en Chile una esperanza de mejor futuro. Vienen acá porque algo les dice que vale la pena aventurarse, y porque saben que, a pesar de las dificultades, mucha gente ha podido ganarse acá un lugar bajo el sol. No es un detalle que la primera comunidad de inmigrantes esté constituida por medio millón de venezolanos.

Lo primero que debemos constatar es que Chile se ha enriquecido con la inmigración. Fue así en otros tiempos con la llegada de quienes provenían de Europa o de los países de Oriente Medio, y que fueron el punto de partida de comunidades ya muy asentadas en la vida nacional. Hoy se trata de inmigrantes de nuestra región, que llegaron para quedarse y que, en las más diversas actividades, ya se sienten parte de nuestro país y aportan a su progreso. Incluso cuando en octubre de 2019 parecía que este había dejado de ser un lugar seguro, la inmensa mayoría de los venezolanos optó por quedarse. Cuando llegó la pandemia, pasó lo mismo. Es evidente que el nombre de Chile aparece asociado por mucha gente en la región con la expectativa de vivir un poco mejor. Hasta el eficiente proceso de vacunación respalda tal visión.

Así las cosas, necesitamos una política migratoria que se haga cargo de un asunto que seguirá presente en los años que vienen, y frente al cual faltó previsión en el pasado. Nadie imaginaba por cierto que iban a emigrar 5,4 millones de venezolanos en pocos años, como consecuencia de la demolición de su país por parte de una dictadura que se instaló con un discurso de redención del pueblo, y luego estafó a ese mismo pueblo.

Las corrientes migratorias constituyen un problema global, y ya sabemos cuán complejos retos están planteando hoy a EE.UU. y los países de la Unión Europea. Debemos sacar enseñanzas de tales experiencias, para decantar una política de Estado que evite episodios tan penosos y mal manejados como el de la reciente expulsión de algunas de las personas que habían entrado ilegalmente por el norte. Todos los países están obligados a resguardar sus fronteras. Ninguno puede simplemente abrir las puertas. Es indispensable reforzar los mecanismos de protección frente a la amenaza permanente del crimen organizado, en particular las mafias del narcotráfico.

Dicho lo anterior, Chile debe actuar frente a los inmigrantes con estricto apego al derecho internacional y la tradición humanitaria. En un contexto particularmente delicado como el de la pandemia, no puede haber confusiones respecto de los valores a defender. Toda persona que se encuentre en Chile, independientemente de su condición legal, tiene derecho a la vacuna contra el Covid-19 y a ser atendida por los servicios de salud.

Será mejor si la política migratoria no se contamina con las disputas partidistas. Se requiere máximo acuerdo para que ella se sostenga por mucho tiempo.

Sosteníamos que deben mirarse experiencias -difícilmente perfectas-, pero a la hora de analizarlas por cierto elijamos a Merkel y no a Orbán, desconfiemos de los políticos nacionales, que les gusta hablar con el diario del lunes y ofrecen hacer zanjas.

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