Militarismo en El Salvador

SEÑOR DIRECTOR

El Salvador es escenario de una de las tradiciones políticas más arraigadas en América Latina: el militarismo.

El pasado 9 de febrero, el Presidente Nayib Bukele hizo ingresar a miembros del Ejército al hemiciclo del Parlamento, como una forma de ejercer presión para lograr el apoyo legislativo a la lucha contra la delincuencia y las bandas que asolan el territorio del país centroamericano. ¿La razón? Los diputados se habían negado a aprobar un préstamo para financiar la estrategia de seguridad promovida por el Ejecutivo.

Este "ruido de sables" -que la oposición denunció como un "autogolpe de Estado"- es fruto de una pésima combinación de circunstancias, aunque la iniciativa gubernativa pueda estar bien orientada: un Presidente populista que desprecia al Congreso Nacional, donde no tiene apoyo; un órgano legislativo indolente, lento a la solución de los problemas sociales, en medio de una criminalidad desatada, si bien en descenso. El apoyo a la democracia en El Salvador es de un 28%, según el Latinobarómetro de 2018, una de las bajas más considerables en el continente en la última década.

Finalmente, este martes 11 de febrero, el gobierno ha sido conminado a "abstenerse de usar la Fuerzas Armadas en actividades contrarias a los fines constitucionales". La respuesta del Ejecutivo se ha atenido al orden vigente: "Aunque no compartamos lo resuelto por la sala de lo constitucional… lo acataremos".

Sin embargo, el problema es mucho más complejo, pues requiere un cambio cultural importante, además de enfrentar una dinámica que hace emerger la peligrosa combinación de populismo y militarismo. No es tarea fácil, en un contexto latinoamericano que permite prever un 2020 complicado para las democracias y con desafíos que necesitan respuestas sólidas, efectivas y de acuerdo al estado de derecho.

Alejandro San Francisco

Profesor Universidad San Sebastián y PUC

Director de Formación Instituto Res Publica