El momento constitucional de Chile

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La coyuntura por la cual está atravesando Chile es excepcional, por varias razones. La primera, por la masividad de las protestas sociales, pero también por su enorme dispersión en Santiago (no se protesta en una sola parte, sino en todas) y su difusión a lo largo del país, a lo cual se suman hechos de violencia que recuerdan a las antiguas jacqueries campesinas en Francia. La segunda razón es porque la política establecida ha acusado el golpe, asumiendo una agenda de reformas sociales urgentes, sin descartar ningún tipo de reforma "estructural" (un término que suena bien, pero que se define por su vaguedad). Los términos de la discusión pública mutaron profundamente.

Puede entonces entenderse que la idea de cambio de Constitución se haya instalado como tema legítimo, desplegándose en cuanto cartel había en la marcha de todas las marchas del "25/O", coexistiendo armónicamente con exigencias de fin a los abusos, no más AFP, mejores sueldos, etc. Es precisamente por todas estas razones que es posible afirmar que Chile se encuentra inmerso en un "momento constitucional".

Pero, ¿qué significa, exactamente, un "momento constitucional"? Vayamos a lo que Ackerman ha teorizado a propósito de esa especialísima coyuntura histórica. En su libro La política del diálogo liberal, Ackerman sostiene que "existen grandes ocasiones en la vida política en que la gente interviene más directa y autorizadamente (…). Durante estos episodios, una ciudadanía de masas insiste en hacer algo más que elegir a sus gobernantes; algo que es mejor interpretado como dar a sus gobernantes órdenes de movilización". Esos son los "momentos constitucionales", episodios "en los que el pueblo habla con un acento distinto del que lo caracteriza durante la política normal".

Descendamos a la realidad profana de Chile por estos días. Además de protestas, lo que uno ve son decenas de "cabildos", algunos convocados por alguna organización (como, por ejemplo, por el club Colo Colo), mientras que muchos otros son generados espontáneamente y coordinados por redes sociales. Se nos podrá decir que ni los participantes en las marchas ni quienes concurren a los cabildos son representativos del pueblo de Chile, ni constituyen una mayoría. En primera aproximación, eso es cierto. Pero si uno ve las cosas con honestidad intelectual, es evidente que ese pueblo movilizado, vanguardista en algún sentido, es la traducción pública de centenares de miles de conversaciones privadas sobre el malestar de los chilenos, sobre sus quejas y deseos. Es cierto que todos estos malestares no remiten necesariamente al cambio de Constitución: y es precisamente allí en donde se juega esta coyuntura. El "momento constitucional" es una fascinante coyuntura en la que las personas deliberan sobre su situación personal y familiar, y de allí escalan hacia demandas más generales, algo que las encuestas de opinión no pueden capturar a través de simples preguntas, lo que denota un límite a esa tecnología de registro de la "opinión pública". Nos encontramos en el umbral de esa escalada, de lo que Boltanski y Thévenot llamaban una montée en généralité, al cabo de la cual el pueblo adopta una postura reflexiva sobre la norma común.

Es cierto que no todos los chilenos participarán por igual en esta gigantesca deliberación sobre la norma común y la comunidad política. Pero al mismo tiempo, no hay que olvidar que esa postura reflexiva no tiene por qué ser la del intelectual: la persona común y corriente también puede deliberar reflexivamente, a partir de repertorios prácticos que los intelectuales enamorados de la explicación de la modernización capitalista acelerada se resisten a entender.

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