Monumento Nacional



SEÑOR DIRECTOR

En Chile tenemos algo que es bien extraño: celebramos las derrotas y nuestros héroes son los derrotados. La Alameda de Santiago con sus monumentos nos recuerda alguna victoria y muchos fracasos. ¿Qué será? ¿Valoración del esfuerzo más que el resultado? ¿Sana conciencia de fragilidad?

Es interesante que la Corte Suprema confirme que la Villa San Luis sea considerada monumento nacional. Tan interesante como que la inmobiliaria no cuestionara el valor del monumento, sino que aludiera en su defensa apenas un vicio del procedimiento.

Declarar la Villa San Luis como monumento nacional sigue la misma línea de los otros monumentos: nos enrostra una derrota más, la que ejerció la mano muy concreta de personas que diseñaron Santiago para la segregación y el encuentro sólo entre iguales socioeconómicos: diseñado desde la desconfianza y para desconfiar. Eso es lo que lamentamos hoy con algunas reacciones al proyecto de integración social en esa misma comuna. Quizá sea el inicio de la reparación, ojalá una puerta hacia la confianza.

El valor de la Villa puede estar en su arquitectura, eso no lo discuto, pero creo que es más potente como símbolo. Ella expresa una ciudad a escala humana, con vocación de encuentro; pone en la homogeneidad de las oficinas la disrupción de lo diferente; retrotrae hacia un Chile que no siempre fue rico; visibiliza la otra ciudad que ese barrio suele ignorar; pone un atajo diciéndonos que la plata no puede ser el único criterio para decidir en nuestras ciudades.

Espero que los niños de esa comuna vayan y visiten el lugar, que pregunten a sus padres cómo llegó ese edificio ahí y por qué lo conservamos. Espero que ellos sientan nuestra vergüenza al recordar la historia y algo aprendan.

Cumplirá, como los demás monumentos, el papel de recordarnos que fuimos pequeños y que desplazar a los pequeños nos hace canallas. Quizá sea bueno que nuestros poderes económicos tengan eso a la vista.

La grandeza de un país se define no por sus promedios, sino por el tamaño del más pequeño, la rapidez del último y el valor del más ignorante.

Juan Cristóbal Beytía SJ

Capellán de TECHO-Chile

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