Nadie está por sobre la ley



SEÑOR DIRECTOR

El suicidio de Alan García es un final trágico para la historia de un político hábil, de oratoria fácil y cautivante con la gente. Recuerdo cuando asumió Patricio Aylwin, durante un acto en el Estadio Nacional, el entonces Presidente peruano sacó un pañuelo blanco y saludó al público, generando un aplauso cerrado.

Enfrentado a la justicia, prefirió la muerte antes de ser sometido a proceso por corrupción. Pero nadie está por sobre la ley, y su última decisión seguramente opacará su legado.

La trayectoria de García tuvo luces y sombras. Fue él quien demandó a Chile en La Haya por el límite marítimo, y quien manipuló la relación con Chile, cada vez que fue necesario para propósitos internos. Acusando un supuesto caso de espionaje, nos llamó una "republiqueta", agregando que espiar no era "digno de un país democrático". Por otra parte, logró un crecimiento económico cercano a 9% en medio de una recesión mundial, pero terminó sus dos mandatos con bajísima aprobación.

La corrupción ha dañado el clima político de Perú desde hace casi 20 años, y ninguno de sus sucesores se ha sacudido del estigma de malas prácticas. Alejandro Toledo prófugo; Alberto Fujimori, Ollanta Humala y el renunciado presidente Pedro Pablo Kuczynski procesados, y están o han estado presos. Alan García seguramente pensaba que no eludiría ese mismo destino.

Habiendo agotado todas sus cartas -incluyendo un fallido intento de asilo en la Embajada de Uruguay-, García decidió poner fin a su vida con un doble propósito: librarse de una prisión segura y perpetuar su imagen y legado. Ya sus seguidores en el APRA lo están levantando como un héroe caído, víctima de una persecución tenaz, y de la conspiración de quienes lo veían como una amenaza. Será la historia y los peruanos quienes finalmente lo juzgarán.

Heraldo Muñoz V.

Presidente del PPD y excanciller

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.