Narcos y escuelas



SEÑOR DIRECTOR:

Durante el día martes, distintas escuelas de Valparaíso dejaron de trabajar debido a un “narco funeral” cuya comitiva prometía desfilar por las calles aledañas a los establecimientos, poniendo en peligro a estudiantes, docentes y colaboradores.

Conocida la decisión de las comunidades escolares, desde el gobierno se escucharon voces a favor y en contra. Quiero ofrecer una tercera alternativa: la sola posibilidad del cierre de una escuela me parece desatinada.

En primer lugar, cancelar las clases se siente como claudicar la esperanza de la democracia ante los embates de diversas lacras -como el narcotráfico- que, precisamente, se fortalecen en la medida en que se debilita el tejido social. Al admitir esta decisión se desconoce que la escuela tiene la capacidad y el deber de coordinarse con todas las áreas del Estado para garantizar el derecho a la educación.

En segundo lugar, sin cinismos, es importante recordar que el sistema escolar cumple una función decisiva no solo en términos de aprendizajes curriculares, sino también al ofrecer una alimentación balanceada, ejercicio físico, la experiencia de la belleza, además de la insustituible necesidad de aprender a trabajar junto con otros. En este sentido, es razonable hipotetizar que los mismos narcos que el martes amenazaron al barrio escolar, no lograron valorar las múltiples riquezas que la escuela ofrece durante su propia escolaridad.

En los últimos años, el país ha empeñado grandes esfuerzos por actualizar su infraestructura escolar, construyendo edificaciones y mobiliarios para acompañar las siempre dinámicas exigencias pedagógicas. Cerrar una escuela demuestra que construir una escuela no es suficiente para hacer educación; se necesita aprender a habitarla. Esto es imposible a puertas cerradas.

Guillermo Marini

Académico Facultad de Educación UC

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