No hay bala de plata

Imagen Don Manuel vallejo, campamento La Is (43347321)


Por Marcelo Sánchez, gerente general de la Fundación San Carlos de Maipo

Los episodios de violencia que hemos visto los últimos días pueden llevarnos equívocamente a pensar que existen soluciones tipo “bala de plata” para enfrentar la delincuencia. Como si bastara con endurecer la ley de control de armas o habilitar un sistema de registros que facilitara la investigación criminal. En efecto, dichas medidas son necesarias y urgentes, pero en absoluto suficientes si no atienden a las causas que están en la base del involucramiento delictivo temprano. En otras palabras, nuestra respuesta frente a la victimización en niveles estructuralmente altos desde más de una década ha sido impulsar “agendas cortas”, cuya efectividad es discutible dada la persistencia de los niveles y tipos de delitos, particularmente graves los que atentan contra las personas.

La cárcel no logra rehabilitar, ni mucho menos reinsertar, con tasas de reincidencia que superan el 50% apenas dos años desde la primera condena. Más aún, es grave la cronificación y agravamiento de trayectorias delictivas de primerizos, gran parte de ellos sin ninguna opción ni intra, ni post penitenciaria para insertarse laboralmente. Crítica es la situación de las mujeres privadas de libertad, muchas de ellas jefas de hogar y que no cuentan con un apoyo específico de acuerdo a su realidad, lo que deriva en la persistencia delictiva y la transferencia de modelos negativos en sus hijos: uno de cada cuatro internos tuvo un papá o mamá preso y la mitad un cuidador principal.

Sin embargo, también es cierto que tres de cada cuatro personas jóvenes que delinquen desisten de dichos comportamientos si accede a una oportunidad laboral, vuelve al colegio y se vincula a una familia prosocial. Gran parte de quienes terminan en la cárcel vienen de contextos donde la exclusión social es la norma. Cerca del 90% no terminó el colegio, más de la mitad consumen drogas regularmente y participaron de pandillas, siete de cada 10 abandonó el hogar siendo menor de edad y casi la mitad cometieron su primer delito antes de los 13 años, según indica el Estudio de Exclusión Social en Personas Privadas de Libertad, impulsado por la Fundación.

Frente a esta realidad, lo que se requiere es enfrentarla con un “agenda larga de prevención social” que apunte a ser una política de Estado, que se proyecte en un trabajo serio y de largo plazo, guiado por la evidencia, que comience en la primera infancia desarrollando habilidades socioemocionales y continúe fortaleciendo a las familias en la crianza positiva y a la comunidad como actores claves para el desarrollo de espacios protectores. Junto con ello es necesario entender que la exclusión social se expresa en la desconexión del Estado con los vecinos de un territorio, y por ello se requiere conectar servicios y oferta pública, recuperar los entornos degradados, transformados en basurales y canchas de tiro; hay que dar la pelea con oportunidades en lugares donde campea la “mano” que se levanta como proveedor y salvador de familias que, en la marginalidad, recurren a él para tener una ilusión protectora y un futuro engañoso que secuestra a sus hijos para que sean “sapos, soldados o guardaespaldas”, ofrendando sus vidas por el narco que los usa y desecha. Ahí están los chicos del portonazo, de la encerrona, drogados con un fierro en la mano, sirviendo como zombies en una esquina; ahí están con los sueños suspendidos, con sus vidas opacadas a la sombra que les envuelve sin un motivo para salir de ella.

La Fundación San Carlos de Maipo conoce sus historias desde hace 25 años, cuando creada por la Sociedad del Canal de Maipo para restaurar los bordes de los canales se encontró con ellos, allí surgieron las primeras iniciativas haciéndose cargo de esa realidad, como el observatorio de calle y de  explotación sexual, pero luego, con la firme decisión de llegar antes, se volcó a trabajar desde la prevención para evitar el inicio de este espiral destructor, invisible a los ojos de la política pública. En este tiempo, estamos convencidos que sin una “agenda larga”, sin sumar a todos en esta tarea, seguiremos contemplando la pérdida de miles de jóvenes y generaciones. La nueva sociedad que queremos para nuestros hijos descansa sobre la capacidad que tengamos de hacernos cargo de la realidad de la infancia más vulnerada. Un niño, son todos los niños.

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