No es la economía, son las expectativas

Sebastián Piñera


Al final de su libro "De animales a dioses, una breve historia de la humanidad",  Harari busca explicar qué es lo que entendemos los seres humanos por felicidad. Una de las hipótesis que plantea es que la felicidad no depende tanto de las condiciones objetivas sino más bien de nuestras propias expectativas. Afirma que estas tienden a adaptarse, es decir, cuando sentimos que vamos por un buen camino, se inflan como un globo, y en consecuencia, mejoras significativas en nuestras vidas pueden dejarnos igual de insatisfechos que como estábamos.

La relación entre felicidad y expectativas a nivel cotidiano nos permite entender mucho mejor la manera en que este nuevo chileno de clase media se relaciona con la política.

Desde la macro política, entendida como la relación entre la aprobación presidencial y crecimiento económico, podemos ver que al mismo tiempo que el PIB se ha multiplicado casi por 5 veces desde 1990 a la fecha, la desaprobación a nuestros presidentes se ha multiplicado casi por 4 veces. Como muestra el gráfico, el segundo gobierno de Bachelet tuvo más desaprobación que primero de Piñera, que a su vez tuvo más desaprobación que el primero de Bachelet, y el de ella sobre el de Lagos. La relación parece simple. A mayor crecimiento económico/bienestar, aumentan las esperanzas de una mejor vida, y éstas, al verse insatisfechas, provocan un aumento del descontento que se ve reflejado en la imagen de los presidentes.

Desde la micro política, entendida como la relación entre la aprobación y la coyuntura, podemos usar como ejemplo las dos campañas e inicio de gobierno de Sebastián Piñera.

En el 2009 y con el objetivo de poner fin a los gobiernos de la Concertación, Piñera se vio obligado a inflar como un globo las expectativas, utilizando una estrella multicolor como bandera. Esto lo movilizó a prometer entre otras cosas que Chile crecería al 6%, un millón de empleos y que acabaría con la fiesta de los delincuentes. Poco tiempo después la oposición encontraría el alfiler que reventaría ese globo: "los proyectos de Piñera vienen con letra chica".

La campaña del 2017 fue distinta. La estrategia fue apelar a grandes conceptos sin bajadas concretas y alejándose de promesas específicas. La estrella multicolor fue reemplazada por una conservadora estrella tipo chilena y el programa tuvo escaso protagonismo. El mensaje era uno solo: "tiempos mejores" y para lograrlo, lo que había que hacer era retomar el crecimiento por sobre un 3,5%.

Ahora bien, si fue realmente una estrategia de campaña el mantener bajas las expectativas, diferenciándose así del 2009, lo cierto es que tampoco se logró.  Como muestra la última encuesta Cadem, en tan sólo dos semanas de gobierno se generó un cambio significativo sobre la visión del país: un 66% cree que a Chile le irá bien con Piñera, y un 69% considera que el país va por un buen camino, 27 puntos más que la semana previa al cambio de mando y sólo comparable a marzo del 2014. Esto da cuenta de una sola cosa: los tiempos mejores son una expectativa presente y el gobierno no tendrá mucho tiempo más para comenzar a dar las primeras señales concretas.

Al final, son las expectativas que tiene la opinión pública las que irán marcando el ritmo de la aprobación presidencial. No hay una fórmula para el éxito, pero este generalmente depende de la capacidad de anticipación y muñeca que tenga el Presidente y su comité político. Este es al final, el nuevo arte de gobernar.

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