No más ciclistas muertos



Por Pablo Allard, decano de la Facultad de Arquitectura y Arte UDD

La muerte de la joven Emely Rojas, atropellada por un bus en Providencia, colmó la paciencia de miles de ciclistas que el viernes coparon intersecciones de la capital en protesta por los 88 ciclistas y más de 300 peatones fallecidos en lo que va del año.

Las razones de esta nueva pandemia urbana son diversas. Por un lado, el aumento global de la movilidad activa como opción de transporte sustentable, saludable, económica, entretenida y eficiente en el uso de un espacio público. La bicicleta es un modo imbatible en distancias menores a 10 km., y sus beneficios superan con creces los costos de uso o provisión de infraestructura. A estos se suma la seguridad respecto al contagio de Covid, ya que a diferencia del transporte público, permite transportarse por espacios abiertos con el distanciamiento adecuado. Pese a que la situación económica y el confinamiento han aumentado el número de repartidores que suman sus bicicletas y motonetas al ya congestionado espacio vial, así como cientos de miles de personas han optado por la caminata, los accidentes exclusivamente en ciclos o bicicleta escasamente son fatales y no pasan más allá de una contusión. Si bien puede haber casos donde las responsabilidades son compartidas, el arma mortal aquí es la fricción con los vehículos a motor.

Los grandes responsables de esta pandemia son entonces aquellos conductores que todavía creen que estar al volante es un derecho y no un privilegio que conlleva responsabilidades. Que circulan como reyes en sus más de tres toneladas de fierros humeantes, convencidos que la calle es suya, y que cualquier otro modo de transporte es una invasión a su espacio de dominancia. Pese a los esfuerzos de autoridades por implementar la Ley de Convivencia Vial o construir ciclovías, luego del estallido social muchos conductores aprovecharon un relajo en la fiscalización e invaden ciclovías, se dan el gusto de circular por las autopistas sin patente o juegan impunemente a las carreras por la noche en Costanera Norte. No es justo generalizar, la mayoría de los automovilistas y micreros son gente de bien, pero pocos están conscientes que el metro y medio de distancia para rebasar a un ciclista es ley, y menos son los que cumplen la medida.

Muchos han querido responsabilizar a las autoridades de transporte por los pocos kilómetros que se han construido luego del lanzamiento del Plan de Ciclovías Tácticas Covid-19 en junio pasado, o el año de atraso en la implementación de la ley que crea un Centro Automatizado de Tratamiento de Infracciones (CATI). Pero la verdad es que esto es un problema cultural, que evidencia la enorme inequidad, desconfianza y agresividad que nos aquejan, resumidos en la carencia de cultura cívica.

En este sentido, urge incorporar en la educación básica cursos de convivencia vial, exigir el examen teórico cada vez que se renueva la licencia de conducir, entregar junto al permiso de circulación informativos con la actualización de leyes de tránsito y stickers para los retrovisores que recuerden “observar ciclistas antes de virar,” y promover aplicaciones como la chilena BikeLite, el Waze de las rutas seguras para ciclistas.

Quienes pretendan exacerbar o reducir a caricaturas las tensiones entre ciclistas y automovilistas, metristas contra busistas, o todos contra los peatones, deben entender que el futuro de la movilidad urbana es intermodal y compartida. Que la convivencia vial parte por poner a la comunidad y al otro por sobre el yo. Como dice Gil Peñalosa, que logremos vivir en ciudades 8-80, donde desde un niño de 8 años o a un adulto de 80 puedan acceder por sus propios medios al colegio, almacén o a la plaza del barrio, confiando en que ese trayecto será seguro y una experiencia agradable. Entonces no tendremos más ciclistas muertos, y una ciudad más justa y vibrante para todos.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.