Octubre, la participación incierta

Si al cóctel de incertidumbre propio de una elección sin parámetros conocidos le agregamos un escenario de posibles rebrotes de COVID 19, no nos queda más que aceptar que navegamos en un mar de impredecible volatilidad en cuanto a la proyección de participación plebiscitaria.



Quienes trotan saben que sus tiempos en los recorridos previos son la base para proyectar la distancia y duración de sus futuros trotes. El preámbulo sirve para ilustrar un hecho simple: para predecir el futuro, se necesita saber sobre el pasado. Si no sabemos sobre el pasado, todo lo que anticipemos sobre el futuro será sólo especulación.

Por ello es que, llevado al terreno electoral, las predicciones de participación y voto más usadas se basan en preguntas que indagan sobre actitudes y comportamientos en elecciones previas y equivalentes. Visto así, esta condición no aplica para el plebiscito del 25 de octubre, cuya referencia más cercana ocurrió hace más de 30 años, en dictadura, con voto obligatorio y previa inscripción en los registros electorales.

Es decir, una referencia inútil para proyectar participación y que nos obliga a aceptar que aun cuando preguntemos de mil modos sobre interés por votar, motivación y preferencias, la participación electoral será muy incierta hasta conocer el cómputo final entregado por el SERVEL.

Pero hay más elementos que introducen incertidumbre en torno a la concurrencia a las urnas del próximo mes. Si bien muy pocos (10%) comulgan con la idea de eliminar el plebiscito, un cuarto de la población encuestada por Criteria (26%) estima necesaria su postergación por razones sanitarias y, si bien las ganas de participar siguen siendo altas (64%), han caído significativamente respecto de meses pre pandémicos.

Para más abundamiento, sabemos que con voto voluntario lo determinante en la participación final no son las ganas previas de concurrir a las urnas, sino la conducta de quienes realmente se movilizan el día de la elección. En Chile, a partir de los aprendizajes de las últimas elecciones, estos han alcanzado menos de la mitad del padrón electoral total.

Como si fuera poco, prevalecen masivas certezas en torno al triunfo del Apruebo (un 67% de la población cree que ganará por amplia mayoría), por lo que la participación podría declinar como resultado del “trade off” entre los costos objetivos y subjetivos de ir a votar y la percepción de escaso beneficio de un voto que, supuestamente, poco incidirá en el resultado final.

Y si al cóctel de incertidumbre propio de una elección sin parámetros conocidos le agregamos un escenario de posibles rebrotes de COVID 19, no nos queda más que aceptar que navegamos en un mar de impredecible volatilidad en cuanto a la proyección de participación plebiscitaria. De hecho, a la fecha, según Criteria, un 52% de las personas mayores de 18 años -la mitad del electorado potencial- tiene algún grado de temor a contagiarse, aprensión que en marzo alcanzó a dos tercios de las personas (67%) y que no sabemos a qué porcentaje llegará el día 25 del mes próximo.

Así las cosas, con independencia de la incierta participación electoral, lo que muestran la mayoría de las encuestas es que las preferencias ciudadanas se inclinan mayoritariamente desde noviembre pasado por la opción Apruebo. Esta tendencia, si bien estable y holgada en favor de esa alternativa, tampoco permite afirmar proyecciones en torno a los porcentajes finales que se verificarán por una y otra opción final, pues como hemos dicho, ello depende en último término de quienes concurran efectivamente a las urnas.

En este contexto, se entiende que mientras los partidarios del Apruebo buscan asegurar las medidas sanitarias que hagan posible el plebiscito y que este sea participativo, algunos seguidores del Rechazo, al constatar que su alternativa conecta poco con las esperanzas de cambios sociales instaladas desde octubre pasado, apelen al miedo al contagio y a la crisis sanitaria como pócima para desincentivar la participación, deslegitimar el resultado o, derechamente, eliminar el plebiscito.

Pero más allá de las voluntades de unos y otros, lo más probable -hasta ahora- es que la carrera plebiscitaria se termine corriendo y que, en la meta, tengamos los primeros aprendizajes sobre participación electoral plebiscitaria en democracia... y con pandemia.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.