Operación Huracán/Jungla

la araucanía
Foto: Archivo/Agenciauno


Esta vez la historia de cómo Carabineros amaña pruebas judiciales a su conveniencia, y la autoridad política decide creerle, se repitió como tragedia. Aparecen y aparecen más hechos falsos en las explicaciones que ha dado la policía por la muerte de Camilo Catrillanca. Las autoridades civiles, en el afán de aparecer como duros ante la opinión pública, las repiten sin mayor duda. Pareciera que nadie aprendió, o peor aún, quiso aprender, de las lecciones que dejó el megafraude de pruebas denominado Operación Huracán.

La cadena de autoridades civiles que decidieron dejarse engañar por Carabineros parte por el intendente de La Araucanía, probablemente el más entusiasta en esta farsa trágica, quien no dudó del enfrentamiento y agregó inexistentes antecedentes penales de la víctima. El asunto escaló al propio vicepresidente de la República, quien tampoco dudó en respaldar las versiones policiales, pese a que la primera historia del enfrentamiento o la bala loca ya tenía contradicciones con los hechos que se han ido conociendo.

La historia actual de carabineros que, como iniciativa propia, borraron los videos, resulta a esta altura difícil de creer, pero es probable que nuevamente salgan autoridades civiles a respaldar la institución. La razón de ello es que el problema de la enfermedad en la relación entre Carabineros y el poder civil es mucho más profunda. Este no es el primer gobierno que cree a pies juntillas en versiones policiales y las defiende ante la opinión pública. En la larga lista de casos de abuso policial es imposible no recordar la agresión al estudiante Rodrigo Avilés y cómo los funcionarios del Ministerio del Interior actuaron como correas transmisoras de las versiones policiales. Una cámara de televisión instalada de manera oportuna echó abajo la mentira y rápidamente los mismos funcionarios de La Moneda pasaron a repetir la tesis de un hecho aislado.

El problema radica en un Ministerio del Interior con la filosofía de ser relacionadores públicos de los carabineros en vez de autoridades, porque es congruente con la imagen de chicos duros que les gusta a los que pasan por ahí. A todos los subsecretarios del Interior les encanta mirarse en el espejo y encontrarse con el personaje de Mr. Wolf, de Pulp Fiction, que de impecable terno llegaba a solucionar las crisis cuando el resto del Estado falla. Para que dicha imagen funcione es necesario estar bien con los carabineros y, por tanto, creer todas sus explicaciones; pese a la evidencia que lo muestra como el actor con más dificultades en la nueva Reforma Procesal Penal.

Más aún, la imagen del Presidente de la República dando un discurso rodeado del Comando Jungla muestra cuánto es el poder de la policía uniformada. Aprendieron a manipular a los políticos y evitar el necesario control civil sobre sus actos, dando el escenario preciso para discursos populistas sobre seguridad, de esos que traen puntos en las encuestas. Las reflexiones sobre el peligro que implicaba dar tanto poder a los uniformados, y en especial crear una guerra donde no la había, pasaron a un rol secundario.

La única voz sensata que se ha escuchado en estos días es la del ministro Moreno, que supo aguantar los retos por su distanciamiento y no contagiarse con la fiebre verde de sus colegas de La Moneda. Quizás como resultado de esta crisis logre convencer a sus colegas de que el único camino de paz en el Wallmapu es el entendimiento y el fin de las operaciones tipo Huracán o Jungla.

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