Otro Piñera



Por Pablo Ortúzar, investigador IES

La lógica de octubre se reactivó apenas cedió un poco el virus. El código del conflicto es la oposición entre élites y pueblo. El Presidente Piñera encarna, en este choque, la polaridad de aquello que es rechazado: millonario, exitista y, hasta ahora, exitoso. Es el símbolo del ganador, frente al que los caídos y los dañados se rebelan. Por eso parece dar lo mismo lo que diga. Se ha convertido en una estatua a derribar.

El resto de la clase política, mientras tanto, hace contorsiones para disfrazarse de pueblo. El show es ridículo. No hay voces serenas: casi todos desvarían intentando mostrar sus buenas intenciones. Pocos notan que la farsa solo agrava la falta, pues insulta la inteligencia.

Los especialistas y técnicos, por su parte, capotaron. La mayoría de las personas ya no escucha razones, sino que trata de identificar intereses. De eso se trata la desconfianza.

Esta es una época de profunda derrota. La república entera se está desmoronando. El debate sobre cómo ayudar a la clase media lo expresa.

La derecha no sabe qué decir: ni siquiera los que apoyan la medida. La izquierda, en tanto, terminó usando argumentos “neoliberales” para defender el retiro de fondos, luego de décadas tratando de hacer avanzar elementos de solidaridad en la previsión.

Por otro lado, la gente que cree rasguñar los intereses del capital retirando su 10% saldrá derrotada. Las administradoras, para hacer caja, venderán a precio de huevo activos que están a punto de revalorizarse. Y los comprarán, adivinen quiénes. Ni hablar, además, de lo lento y engorroso que será este retiro comparado con créditos y transferencias.

Lo que sí incomoda a los más ricos es que Chile va perdiendo las características que hacían que sus élites residieran acá, lo que no es común en Latinoamérica. Si el país se vuelve peligroso e impredecible no solo los grandes patrimonios dejarán de invertir, sino que ellos y los mejores profesionales migrarán a países más estables. Fuga de cerebros y capitales.

De aquí, entonces, nadie va a salir ganando. Es imposible construir un país más justo desde la adulación, la sospecha, el revanchismo y la rabia.

¿Le queda alguna carta por jugar al Presidente? Quizás sí. Podría mandar para la casa a la derecha reaccionaria que lleva años repitiendo que “las ideas ya están” y que “el problema no es la desigualdad, sino la pobreza”, e intentar darles un giro reformista a los últimos años del gobierno. En vez de seguir llamando a la unidad, tratar de construirla detrás de una agenda de reformas sociales. La previsional, que acaba de reimpulsar, sería la primera.

Podemos imaginarnos la cadena nacional: “No soy de clase media, no he pasado hambre, no he pasado frío. Soy un millonario de 70 años que quería ser Presidente de su país. No sé hablar en público. Pero pueden comenzar conmigo los cambios que el pueblo de Chile anhela y necesita. Porque, al final del día, esto no se trata de mí, sino del futuro de todos. No se humilla quien pide por la Patria, y hoy lo único que quiero pedirles, a los ricos como yo, a las clases acomodadas, medias y bajas, es que hagamos el esfuerzo de encaminarnos hacia un país donde quepamos todos, con justicia, paz y dignidad”. Nada más. Soñar no cuesta nada.

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