El país opta por las vías pacíficas

Las manifestaciones y caceroleos muestran una amplia presencia juvenil. Foto: AgenciaUno


Las fuertes e incesantes imágenes de saqueo y vandalismo que se han observado en Santiago -así como en otras ciudades del país-, probablemente han ido construyendo en muchos la impresión de que súbitamente grandes porciones de la ciudadanía se han volcado a la violencia irracional, en señal de rabia y hastío. Un examen más desapasionado del cuadro por el que atraviesa el país, permite sin embargo arribar a una conclusión opuesta: la mayoría vive este momento pacíficamente -ya sea manifestándose en orden, o bien centrada en sus quehaceres, lo que no implica indiferencia-, y solo una minoría es la que ha protagonizado los hechos que tanto han conmocionado al país.

Por ello es importante cuidar el uso de las palabras y no precipitarse en diagnósticos equivocados que lleven también a soluciones equivocadas. Sostener sin más que hay un cuadro de violencia social es desconocer el espíritu pacífico de la mayoría y contribuir a amplificar un cuadro que hoy lo que más requiere es prudencia y serenidad. De esta forma, aun cuando los acontecimientos de vandalismo que se han precipitado desde el viernes son los más graves que recuerde nuestra democracia -tanto por su extensión como por su magnitud-, los hechos aparecen magnificados ante el poder de las imágenes.

Los miles de manifestantes que se han volcado a las calles lo han hecho sin necesidad de recurrir a la violencia -ayer mismo fue una prueba de ello, con masivas marchas, aunque lamentablemente al final fueron empañadas por sectores radicalizados- y han podido hacerse escuchar incluso en un estado de emergencia constitucional como el actual. Admirable ha resultado, asimismo, el valioso espíritu cívico que han mostrado muchas personas, ya sea ofreciéndose como voluntarios para ayudar a despejar los escombros que dejaron los destrozos en el Metro, o para asistir a personas con necesidades especiales. En medio de tantas escenas de caos y vandalismo, es sano rescatar estos ejemplos.

Pero también hemos visto otra cara de la crisis: ciudadanos que han decidido organizarse -bajo la forma de "chaquetas amarillas"- para defender sus propios vecindarios de la acción vandálica del lumpen. Hay ciertamente nobleza en esa actitud, pero no debe perderse de vista que la razón detrás de ello es porque el Estado está fallando gravemente en proveerles seguridad, lo que recuerda una vez más la importancia crucial de asegurar el estado de derecho y el orden público, porque justamente cuando la acción disciplinar del Estado desaparece o se debilita, permite que los grupos antisistema se desplieguen sin control. La ley debe estar siempre al servicio de las personas, y cuando la gente no lo siente así, se produce una profunda desafección con el Estado y sus instituciones.

Las fuerzas políticas deben estar conscientes de que el vandalismo no puede ser asimilado bajo ningún respecto a la legítima protesta social, porque son dos fenómenos de naturaleza completamente distinta. Quienes irresponsablemente han promovido la visión de que detrás del vandalismo está en realidad la propia ciudadanía manifestándose, están contribuyendo a justificar acciones repudiables y que desnaturalizan el sentido del derecho a la manifestación.

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