Paños fríos e ideas claras

trump Casa Blanca - Trump


La sangre no llegará al río y no habrá en el futuro una guerra física entre Estados Unidos y China. Esta es una guerra comercial que tiene varios niveles de análisis y donde las acciones emprendidas por el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, finalmente tendrán un límite.

A China y Estados Unidos no les conviene que se escale el conflicto. Ambos tienen relaciones financieras que no se ven afectadas meramente por un arancel y que siguen ahí en bancos, deudas soberanas y otros instrumentos. El Presidente Trump inició esta guerra comercial para complacer a sus votantes del Medio Oeste, y lo está logrando, además, sin necesariamente afectar por ahora los indicadores macroeconómicos en materia de empleo e inversión. Sin embargo, el Mandatario estadounidense no puede girar a perpetuidad sobre que no pagará ningún costo.

Fuera de lo meramente comercial, lo que no se entiende es que nadie está peleando por una dominancia mundial. Los chinos están más preocupados de su influencia en el continente asiático que un estado de preeminencia mundial estratégica. Su presencia en África es extensa por conveniencia económica, pero por el contrario su relación con América Latina es desigual; particularmente interesante es el caso de México, que en la región tiene muchos más lazos con Corea y con Japón.

Por lo demás, es justamente México donde Trump debe tener cuidado de escalar conflictos. En este sentido, comenzar dos en paralelo solamente debilita la postura propia y genera efectos en cadena que pueden terminar por afectar a la propia economía norteamericana. El gran problema es de orden normativo: emprenderlas contra quien se cruce en el terreno arancelario. Al afectar a México se tocan también intereses de terceros como serían los japoneses, quienes se mantienen como aliados de Washington. También, la guerra comercial con China no solamente afecta a los directamente involucrados, sino que a todos los demás, que como es el caso chileno, tenemos una economía abierta al mundo.

En este ámbito debemos ser claros. Son todas economías de las cuales nuestro país depende en su comercio exterior, y de las que podemos pedir a la comunidad internacional que sea lo suficientemente fuerte para impedir que se escale aún más en un conflicto que de por sí no saldrá fuera de lo económico, pero que tiene igual consecuencias insospechadas para los países. Además, países como Chile deben mantener su discurso de apertura al mundo y no cambiar la ruta trazada en estos 30 años de democracia.

Le podemos exigir sin duda a Estados Unidos y China un compromiso con la economía abierta, sobre todo cuando fueron los propios norteamericanos los primeros en pedirnos esa apertura. Los chinos, además, no pueden ser impunes en sus constantes faltas a los derechos humanos. Con verdad y respeto debemos exigir reglas claras. Chile no tiene el tamaño de hacerlo solo. Sin embargo, puede y debe liderar a la región en dichas demandas porque nuestro futuro también se juega ahí.

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