Peripecias de un tipo común



Por Juan Ignacio Brito, periodista

El Ciudadano X comenzó la semana teletrabajando en cuarentena. Cansado de que se le cayera Internet, decidió cambiarse de proveedor. La competencia perfecciona, había escuchado, así que llamó a otra compañía. Ahí empezó su vía crucis.

No solo no logró cambiarse, sino que desde entonces la empresa que debía instalar el nuevo servicio no ha dejado de torturarlo: visitas, llamados, excusas, promesas vacías, formularios, etc. El Ciudadano X ha debido resignarse a preferir el diablo que conoce. Se quedó con su antiguo proveedor. Internet se le sigue cayendo.

Pensó que quizás todo se debía a los constantes cortes de luz. Llamó al servicio técnico y los operarios fueron muy diligentes: pusieron un nuevo automático en el medidor. Pero la electricidad se sigue cortando a cada rato. Al menos, se consoló el Ciudadano X, los de la luz no son como los del gas, que cobraron dos veces la cuenta de mayo y todavía no responden.

Mosqueado, el Ciudadano X recordó las palabras de Joaquín Edwards Bello: “En el gran garito nacional, ya se trate de luz, agua o de teléfono, nunca pierde banca, sino público”.

Sus problemas no pararon. Al chequear el estado de cuenta de su tarjeta de crédito, notó un cargo facturado que él no había hecho. Denunció el percance al banco. Su solicitud fue acogida tras el segundo intento (en el primero, una amable señorita le dijo que llamaría de vuelta en cinco minutos, cosa que jamás hizo) y un trámite eterno. Una vez concluido éste, la asistente le pidió que enviara su reclamo por escrito, narrando otra vez lo que ya había expuesto en detalle. Lo hizo. Al rato recibió una nota firmada por “Respaldo Documento” donde se afirmaba que había surgido un inconveniente, porque el cargo no aparecía facturado. X respondió a “Respaldo Documento”, explicándole que lo de “facturado” proviene de la página web del banco. Le pidió aclarar. No ha habido réplica.

El Ciudadano X concluyó que en la vía chilena al capitalismo no siempre se da eso de que la competencia perfecciona. Pero aún tenemos patria, se dijo: la respuesta tiene que estar en el Estado. Sin embargo, la cruel realidad pronto se encargó de romper esa ilusión. Esa misma semana, el Ciudadano X recibió desde la municipalidad la boleta de cobro de una patente comercial. Inexperto en estas materias, pidió ayuda a un contador, quien le advirtió que le estaban cobrando casi 2,3 veces lo debido. Hecho el reclamo, un funcionario redujo la tarifa a menos de la mitad del monto original, no sin antes culpar del “error” a Impuestos Internos.

El Ciudadano X se preguntó cuántas veces habrá sido víctima de triquiñuelas de este tipo y tomó conciencia de que debe haber habido muchos goles que él no supo atajar. Se sintió desamparado: en la copia feliz del Edén, nadie está a salvo del mercado ni del Estado.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.