Populismo de ocasión vs. populismo de corazón



El populismo se parece a la comida chatarra: todos lo critican, pero nadie puede dejar de admitir que alguna o varias veces ha cedido a la tentación de probarlo. Si hasta Mauricio Macri, el otrora niño símbolo del FMI que se cansó de ridiculizar el populismo de su antecesora, ahora impulsa medidas sacadas del recetario kirchnerista. Apremiado por la certeza de que perderá la elección en octubre y la posibilidad de no terminar su mandato en diciembre, el Presidente argentino hoy promueve con cara dura lo que antes declaraba indefendible. Acá en Chile también tenemos ejemplos. El más reciente lo protagoniza el gobierno, que improvisa una jornada laboral de 41 horas después de que las encuestas mostraran el apoyo masivo al proyecto presentado por la diputada comunista Camila Vallejo, el mismo que La Moneda ataca por "malo, populista e irresponsable". Incluso en Chile Vamos hay voces que acusan que el Ejecutivo gobierna con un ojo puesto en los sondeos de opinión.

No es, sin embargo, que los adustos Sebastián Piñera y Mauricio Macri se hayan tropicalizado y convencido súbitamente de los méritos de ideas y políticas que siempre despreciaron. Lo de ellos no es populismo puro y duro, sino más bien un ejercicio de oportunismo. Lo de ellos es populismo de ocasión.

Si hay algo que distingue a los populistas de ocasión de los populistas de corazón como Donald Trump, Matteo Salvini, Nigel Farage o Jair Bolsonaro, es que estos últimos practican lo que predican, mientras que los primeros se han pasado la vida criticando aquello que terminaron haciendo. Es una cuestión de coherencia.

Los populistas de corazón están convencidos de que esa mezcla a veces rabiosa de nacionalismo, conservadurismo y desconfianza respecto de élites insensibles que propugnan es una opción política viable; una respuesta apropiada a necesidades y reclamos justos, profundamente arraigados en vastos segmentos de la población. Los de ocasión, en cambio, no comparten ese diagnóstico, pero a veces actúan como si lo compartieran, porque estiman que en determinadas situaciones es lo que les conviene hacer aun sin creer en ello. Son pragmáticos y se precian de serlo, aunque con eso confundan y desencanten a sus partidarios.

Por el contrario, nadie podría acusar a los populistas de corazón de desilusionar a sus electores por hacer lo contrario de lo que prometieron o por darse volteretas doctrinarias. En su caso, lo que anuncia el envoltorio coincide con lo que está adentro del paquete, por muy polémico que dicho contenido pueda resultar. En momentos en que la opinión pública pone un alto valor a la coherencia de las figuras públicas y los líderes políticos, ¿pueden los populistas de ocasión sostener que ellos ponen sus actos donde han puesto sus palabras?

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.