Preguntas incómodas



El triunfo de Gabriel Boric en la elección presidencial vino a confirmar que la crisis política e institucional que ha polarizado al país sigue su curso. Si bien la brecha a su favor fue holgada, dejó establecido que al frente existe otro Chile, que mira el actual ciclo de transformaciones con temor e incertidumbre. Ese país crítico a la dinámica impuesta desde el estallido social obtuvo nada menos que un 44% de los votos.

Los eventos del último tiempo y su desenlace electoral sin duda obligan a hacerse algunas preguntas, aunque para muchos sea más fácil y conveniente pasarlas por alto. Una de ellas dice relación con la capacidad del nuevo gobierno para hacerse cargo del otro Chile, para convocar, integrar y buscar acuerdos con ese inmenso país que votó por el candidato derrotado en el balotaje. En simple, ¿ese 44% de ciudadanos tiene algún lugar en el proceso de cambios que hoy vive la sociedad chilena? ¿Su opinión respecto a lo que viene tiene algún peso y legitimidad? ¿Está condenado a ser un simple espectador? Y mirando aún más lejos, ¿la futura oposición está ahora obligada a ser moderada y constructiva frente al gobierno de Boric, o tiene derecho a portarse con la nueva administración de la misma manera que lo hizo la centroizquierda con Sebastián Piñera?

Los chilenos hemos aprendido algo importante en estos años: para un segmento no menor de la población la violencia política no solo resultó legítima para expresar malestares y anhelos; también fue eficaz, forzando escenarios que no habrían ocurrido sin ella. Pues bien, ¿la violencia sigue siendo válida cuando gobierna la izquierda?, ¿la gente tendrá también la misma legitimidad para ejercerla desde marzo cuando quiera expresar su descontento y demandas insatisfechas? ¿O la violencia y la destrucción observadas desde el estallido social valen solo cuando gobierna la derecha?

La experiencia comparada confirma que la normalización de la violencia es, en la mayoría de los casos, un camino sin retorno. Que cuando un país ha decidido avalarla en función de ciertas circunstancias es muy difícil ponerle límites que le impidan resurgir en otras condiciones. Y ese es el riesgo que ahora deberá encarar el próximo gobierno: que la misma violencia que legitimaron, entre otros, el PC y el Frente Amplio, violencia que además los ayudó a llegar al poder, se transforme desde ahora en una forma legítima de protesta frente a su propia gestión.

Son preguntas e hipótesis incómodas porque descansan en la premisa de que lo válido para unos no lo es necesariamente para otros. Pero las cosas no funcionan de esa manera y el próximo gobierno está condenado a descubrirlo más temprano que tarde. Hay puertas que cuando se abren es muy difícil volver a cerrar. Así, cuando desde la oposición se ha defendido la ausencia de todo límite, es muy complicado intentar imponerlos cuando se llega al gobierno. Sobre todo, si uno de los factores que explica tu victoria es esa ausencia de límites.

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