Preocupante desacuerdo



Por Paulo Adrián, investigador Área Política y Sociedad, Fundación Aire Nuevo

Hace unos días han terminado las elecciones primarias y con ello nos acercamos derechamente a la primera vuelta presidencial. Si bien la competencia por las primarias ha sido un ejercicio por cautivar a los votantes más identificados con cada una de los grupos políticos -lo que se notó fuertemente en los debates-, quienes hayan podido comparar las posturas de los candidatos de las distintas coaliciones podrán reparar en la falta de acuerdo frente a ciertos temas fundamentales. Especialmente graves me parecen las notorias diferencias que existen frente a un tema tan sensible como es el conflicto en La Araucanía.

Una región que desde hace décadas sufre por la violencia, la pobreza -en la última Casen lidera el ranking como la región más pobre del país, con una tasa del 17,4%- y la falta de reconocimiento, debería ser el centro de los acuerdos, no de la discordia. Sin embargo, mientras algunos acusan al gobierno por militarizar La Araucanía, otros critican la falta de dureza en el control del orden público. La falta de consenso es evidente y el desacuerdo se vuelve preocupante ante un conflicto que solo aumenta día a día.

Teniendo en cuenta el contexto constituyente, se hace aún más necesaria la construcción política de consensos básicos, tarea permanente y primordial de quienes aspiran a liderar el país. Entre esos acuerdos debe estar, sin duda, una definición relativa al nivel de tolerancia que como sociedad tendremos con el desorden o la insurrección y cómo responderemos a ella, pero también respecto a cómo nos relacionamos con nuestros pueblos indígenas en cuanto grupos diversos y merecedores de un reconocimiento social.

No obstante, el primer paso para lograr esto es tener claridad en el diagnóstico. ¿Quiénes son? ¿Cuál es su génesis social? ¿Existen realmente en cuanto grupos de identidad? ¿Qué los diferencia? ¿Hay una deuda? ¿De qué naturaleza? Son algunas de las preguntas que debemos responder para poder comenzar una conversación necesaria, aunque algunos extremos -de lado y lado- se nieguen siquiera a plantearla. Teniendo un cierto nivel de claridad y acuerdo, será posible marginar a los grupos radicales y definir la frontera entre lo aceptable y lo condenable, entre lo tolerable y lo intolerable. Parece insólito que ni la misma Convención Constitucional sea capaz de ponerse de acuerdo aún en la condena del terrorimo en la macrozona sur.

Una vez que la política responda podremos dar paso a la discusión técnica, sobre las herramientas y mecanismos que se deben emplear tanto para controlar la violencia y el terrorimo como para compensar y saldar las deudas existentes. Adelantar esa discusión solo sesgará y polarizará la deliberación respecto del diagnóstico. La oportunidad es histórica y, si la aprovechamos, estoy seguro que el futuro será mejor no solo para las personas de La Araucanía, sino para todos los que habitamos esta larga y angosta faja de tierra.

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