Primer aniversario del resto de nuestras vidas

Senadores Acuerdo de Paz


Por Gloria de la Fuente, presidenta de la Fundación Chile21

Ya pasó un año de esa coyuntura crítica que fue el 18-O. Para algunos, el despertar de una ciudadanía que parecía dormida; para otros, la emergencia de actos incomprensibles de violencia y vandalismo. En algunos cobró sentido la frase “no son 30 pesos, son 30 años”, otros vieron en lo sucedido un acto de rebeldía en un país que ha construido “los mejores 30 años de su historia”. Cualquiera sea la interpretación del fenómeno, no se puede negar que lo ocurrido hace un año marcará el resto de nuestras vidas. Serán los cronistas e historiadores los que a la larga le darán diversas interpretaciones a lo ocurrido.

Es claro que algunos no lo vieron venir. “Cabros, esto no prendió”, decía por ahí un ex presidente del Metro de Santiago, minimizando las protestas de los días previos, que terminaron en el estallido social. Y si, es preciso llamarle estallido, porque el nivel de relevancia que alcanzó no tenía una cabeza articulada, liderazgos nítidos, ni una demanda única que pudiera ser identificada con claridad. Probablemente durante mucho tiempo la ceguera fue de la política, que en la lógica de la administración del poder, se olvidó de canalizar adecuadamente las múltiples demandas y el sentir de una ciudadanía que tenía importantes niveles de frustración y una alta percepción respecto a la desigualdad. En efecto, el estudio “Desiguales” del PNUD de 2017 mostraba que en Chile la desigualdad no era la más evidente de todas, la de ingreso, sino que tenía también una expresión subjetiva en la idea de los abusos, la discriminación y el trato.

Lo que vino después del estallido fue el despertar del mundo político de un largo letargo. El “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución” fue finalmente la respuesta, tardía, pero necesaria, a una ciudadanía que lo que pide es la construcción de un nuevo modelo en lo económico, político y social. Resta aún una semana para que tenga lugar el primer hito, que es el plebiscito de entrada para este proceso y existe aún ese temor no confesado -más aún con lo que pueda ocurrir en este aniversario- que las cosas cambien de rumbo de manera inesperada y perdamos la única oportunidad de encauzar esta situación por la vía democrática e institucional. Confiar en que este es el camino correcto ha sido una tarea ardua. Hubo sectores que en un principio se negaron a este acuerdo, pero afortunadamente la fuerza de los hechos y la expectativa del proceso los llevó, por convencimiento o conveniencia, a aceptar que ese era el único camino posible. Será una larga tarea hacer de esto un camino donde se recomponga el diálogo social y político con un nuevo pacto social que traiga bienestar para todos. El proceso constituyente es sólo un paso.

Es preciso comprender que para encontrar el camino de la paz social debe existir una respuesta clara y categórica de las autoridades y la justicia frente a las violaciones a los derechos humanos denunciadas por varios organismos internacionales. En su balance a un año del estallido, el Instituto de Derechos Humanos de Chile ha señalado que presentó más de 2.500 querellas. De ellas, sólo 31 han sido formalizadas. La mesa del Senado acaba de anunciar una mesa de trabajo para contribuir a la verdad, la justicia y la reparación de las víctimas, que es lo que corresponde a una democracia que pone en valor, ante todo, la vida de las personas. Desconocer estos hechos es darle tribuna a la ira que no queremos ver nunca más en las calles.

El largo camino que aún debemos recorrer, a un año del estallido, requiere tener la capacidad de aislar a aquellos sectores extremos del espectro político y social, donde las voluntades se juntan. Hay quienes siguen denostando el camino institucional, insinúan que el proceso constituyente es la “cocina” de la política y persisten con un discurso de odio e intolerancia. Una posición que busca, tal vez en sus afiebradas cabezas, imponer por la fuerza sólo una mirada de lo que debiera ser el futuro de este país, cuando lo que se requiere es pavimentar el camino del encuentro. Ya conocemos como termina esa historia que no queremos nunca más volver a repetir. Por eso es deber de todos cuidar el camino que hemos recorrido hasta ahora.

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