¿Qué pasaría si?

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Ilustración: Alfredo Cáceres


El barullo de encapuchados, huelga de profesores y tomas, nos ha acompañado desde hace tiempo. Unos nos dicen que los encapuchados son 20 o 30 entre 4.300 alumnos más algunos instigadores entre padres y docentes; otros nos reflexionan sobre asuntos psicológicos y emocionales que harían del asunto algo de mucho más que 20 o 30. La huelga de profesores se hace interminable, la ministra llega a acuerdo con el presidente del gremio y éste llama a sus bases a aprobarlo, pero en la consulta ganan los partidarios de mantener la huelga. Asimismo, hemos vivido años en que sucesivas directivas estudiantiles - especialmente en universidades estatales - parecían sentir menoscabada su obra si no propiciaban alguna toma.

Tras ese barullo, transcurre otra realidad. Niños de educación prescolar privada que ya leen y escriben, en español e inglés; y su formación suma también desarrollo de aptitudes para un mundo distinto. Jóvenes de secundaria privada, en estadías en EE.UU. e Inglaterra, conviviendo en inglés con jóvenes de Asia, África y locales. Preparación intensiva para la PSU, mientras a otros se les promete una vaga "recuperación de clases". Cada cierto tiempo, los medios informan huidas de estudiantes y familias de la educación pública; o la aparición de universidades privadas en rankings de medicina, ingeniería, administración de empresas, investigación científica y publicación de "papers" en medios especializados. No es sorpresa constatar cómo cambia el nombre de las universidades valoradas al elegirlas y al reclutar profesionales jóvenes.

Es más que un asunto laboral. Hay algo profundo sobre el futuro de nuestra vida en sociedad. Es la amenaza de la brecha ahondada, la violencia entronizada y la educación pública abandonada. ¿Qué pasaría si mañana llegaran a gobernar Chile esos encapuchados y sus instigadores? ¿Si se hubieran tomado, no un liceo, sino el poder; y fueran la policía, el gobierno, la justicia y la ley? Nada de mayorías libres, nada de certezas institucionales, nada de ciudadanos sonriendo incrédulos cuando alguien postula que podrían rociarlos con bencina, o lanzarles desde un café hasta una bala. Su actuar preludia el país real que deparan sus sueños.

No faltarán los que recurran a la respuesta simple de decir que todo es fruto de la desigualdad de ingresos de la sociedad chilena. Sí, es parte de la realidad, pero no lo es toda. En los últimos años se han destinado recursos cuantiosos con "discriminación positiva" hacia la educación pública; centros de estudios, docentes y gratuidad estudiantil. Pero no hay síntomas de que disminuyan la brecha y la consiguiente huida de la educación pública. No solo la riqueza ahonda desigualdades. Las familias perciben, con razón, que desde el prescolar crece la brecha entre una educación y otra. Falta algo más que platas para construir lo público de una sociedad mejor.

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