Reforma tributaria: lealtad de corazón

Larraín Felipe


"Muchas gracias por la sugerencia, pero nosotros seguimos adelante", respondió el ministro de Hacienda ante la inesperada propuesta de algunos parlamentarios oficialistas, respecto a eliminar "la reintegración" de la reforma tributaria. Lo cortés no quita lo valiente. Defender la mejor herramienta que tiene dicha modernización, desde una mirada técnica y considerando los beneficios que aportaría al sistema tributario en términos de equidad y eficiencia, no es sino parte de la integridad institucional que ha caracterizado la política fiscal chilena. Todo esto en el contexto en que parlamentarios del oficialismo sostuvieron que es mejor sacrificar el corazón de la reforma, para sacarla adelante. Esto, antes de una futura contienda electoral.

¿Qué tan prescindible es dicho instrumento? Justamente, la fortaleza de la integración es que contribuye, como condición necesaria (aunque no suficiente), al principio de equidad horizontal, donde dos personas con el mismo ingreso, independiente de si este proviene de su trabajo o su capital, tributan lo mismo. Dicha equidad se encuentra asegurada para el 99% de los contribuyentes, pero también es cierto que el 1 % más rico se vería enfrentado a una brecha de tasas transitoria, que sería máximo de un 8% para los más acaudalados de dicho grupo, y cercana a cero para aquellos que reciben un sueldo aproximado de 20 millones de pesos mensuales. Efecto relativamente poco significativo, porque además de encontrarse compensado en el proyecto, si lo comparamos con la desintegración, esta si logra una condición suficiente para quebrar la anhelada equidad horizontal del sistema.

Para un crecimiento económico y desarrollo social sostenible, es imperativo hacer del actual sistema tributario, un método más simple y transparente a la luz de la evidencia sobre los efectos que tienen los impuestos en las decisiones de ahorro, inversión, producción y trabajo. Vale la pena insistir en la idea de reintegrar el sistema basado en utilidades distribuidas, y en una depreciación instantánea temporal y debida compensación de los efectos repartidos, tal cual como ha sido promovido y negociado con la Democracia Cristiana por el ministro de Hacienda. Si realmente queremos una reforma de calidad, hay que conjugar los criterios políticos que están sobre la mesa, primando los técnicos. Estos últimos son claves en cambios de esta naturaleza, donde las frases grandilocuentes se escuchan frecuentemente.

En vez de eliminar el corazón de la reforma, sería mejor abordar impositivamente las externalidades que producen el alcohol o el tabaco, que, por lo demás, deterioran el corazón de las personas. O podrían sugerir la eliminación de la anacrónica renta presunta. Pero claro, son medidas impopulares que podrían traer consecuencias en la preocupación que tienen nuestros parlamentarios: las próximas (re)elecciones.

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