"El refugio de los extremos"

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Creo que sería sensato convenir que el concepto de ideología se ha (des)naturalizado en nuestro lenguaje hasta tal punto, que nos ha permitido deformar muchas veces, y a favor de nuestra propia conveniencia, una diversidad de propuestas políticas, económicas, culturales, sociales y lingüísticas con tanta facilidad, que no debiera sorprendernos el auge de la polarización político-social que escuchamos, leemos y presenciamos cotidianamente.

Liberales, conservadores, marxistas, socialistas, fascistas, feministas, ambientalistas, globalistas, anarquistas; usted elija (considere además que si agrega el prefijo neo, puede multiplicar la complejidad del término y así ser parte de la vanguardia). En un mundo de maniqueas generalizaciones, o se tiene absoluta razón, o se está imperdonablemente equivocado; no hay punto medio. Porque claro, si queremos discutir desde las trincheras de los lugares comunes, debemos olvidarnos de los argumentos y quedarnos con el titular. Sucede que, en general, la sola mención a criterios ideológicos pareciera tener que ver únicamente con ideas radicales. Si no me cree, abra una cuenta en twitter y disfrute del foro donde todos gritan y nadie escucha.

Cuidado con los autodenominados, dueños de la verdad. Atención también con el inescrupuloso que se presenta como el dueño de una serie de supuestos valores civilizatorios y/o nacionales; de esos hay de sobra. Es ese mismo inescrupuloso el que, al final del día, mientras sus legiones se preocupen más de temerle a otros que de entender las ideas que repiten, puede apuntar con el dedo y acusar a todos de ser esclavos de malignas ideologías totalitarias. Huyamos de los anarquistas, condenemos a los liberales, insultemos a los marxistas, riámonos de los ambientalistas. Simple, ¿o no?

Como olvidar a los progresistas; los únicos dueños del progreso, sea como sea que lo entiendan. Y sí, están también los republicanos; esos que creen, por ejemplo, que Chile se entiende sólo a partir de principios que ellos mismos definieron como fundacionales. José Antonio Kast, por ejemplo, repitió hasta el cansancio que su propuesta representa una serie de valores connaturales a nuestra república; dijo incluso que sus supuestos no eran ideología, sino que doctrina. Algunos aplausos, pocas preguntas.

Los centros políticos se han debilitado de tal forma, que no ofrecen absolutamente nada; al parecer, sólo un discurso que llama a la cordura y recuerda los peligros de la polarización. Pero ¿dónde estaba el centro cuando estas ideas comenzaban a prometerlo todo desde el extremo? Solían haber menos banderas y, en ese contexto, el centro se sentía cómodo. Su problema es que dejó de prestar atención. Hoy por hoy, ya ni siquiera podemos saber cuantas banderas hay.

El concepto de ideología no es simplemente un sistema de ideas básicas compartidas por un grupo social; es mucho más complejo que eso. Si así lo fuere, el peligro sería que las ideas dominantes no dejarían espacio alguno para legítimas y esenciales discrepancias. Esta forma de entender el concepto de ideología es, como ven, uno de nuestros problemas. Tememos profundamente a lo que no conocemos y, como consecuencia de ello, asociamos ideología a extremismo. Resulta fundamental entonces comprender que es y no es ideología; desde ahí se aprecia con mayor libertad el triste espectáculo de aquellos que condenan, sistemáticamente, cualquier idea que suene disruptiva frente a su supuesta comprensión de la realidad toda.

Y entonces, ¿cómo definimos ideología? Bueno, bienvenido al problema más importante de todos. Al menos ya nos lo estamos preguntando.

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