República de Chile



Por Jorge Burgos, abogado

Los a veces confusos debates que han tenido lugar en la Convención Constitucional han incluido una especie de cuestionamiento de la condición de República de nuestro país. Ni más ni menos. Es imposible no asociar, no conectar tal desvarío con las actitudes desdeñosas hacia los símbolos nacionales, y con la proclama de refundar Chile, lanzada el primer día por la presidenta de la Convención, y aparentemente respaldada por convencionales en enrevesadas e ingenuas interpretaciones.

Quienes razonan así, juegan con fuego. En los hechos, avalan una actitud de insolidaridad con el país y de desprecio por la noción de comunidad nacional. Es lo que se oculta detrás de la borrosa consigna de la plurinacionalidad, que reivindica la existencia de territorios autónomos y que, por ende, termine -aun preterintencionalmente- por validar alguna fórmula de fragmentación del país. Es difícil concebir algo más dañino para nuestra convivencia.

El indispensable reconocimiento de la diversidad étnica, cultural, religiosa, social o de otro tipo no puede contradecir el hecho de que somos una nación, un Estado y, ciertamente, una República única e indivisible. Más aún: porque somos una República democrática es que el orden constitucional y legal garantiza el respeto a los diversos componentes de la nacionalidad. Nadie tiene derecho a enredar las cosas para sacar ventajas políticas.

Muchas generaciones recibieron en la escuela básica las primeras nociones sobre la patria, la gesta de la Independencia, los símbolos que nos identifican, las tradiciones que hemos protegido. Es necesario perseverar en esa línea, así como en la formación en los principios del civismo, que constituyen la base de la vida en libertad. Si las nuevas generaciones no reciben la herencia de los antepasados, el patrimonio colectivo, no se sentirán comprometidos con el destino común, y eso es muy grave.

En este día, necesitamos reafirmar la voluntad de mejorar nuestro país, hacerlo más próspero y más justo, perfeccionar sus instituciones, contribuir a que crezca material y espiritualmente. Todos tenemos que aportar a ello en el marco del régimen democrático, los jóvenes y viejos, los que tienen partido o no tienen ninguno, los creyentes y los no creyentes, los civiles y los militares. Al celebrar las Fiestas Patrias estamos renovando el compromiso con la integridad de la nación, con su progreso en todos los terrenos, con su disposición fraternal hacia las naciones vecinas.

Chile ha salido adelante de muchas pruebas en su historia. Y puede superar también los complejos retos político-institucionales de esta hora. Para que así sea es crucial el diálogo y el entendimiento de todos los sectores en torno a los valores de la República bicentenaria que debemos proteger. Ese desafío, por cierto, es de todos y nadie debiera sentirse ajeno al mismo, pero convengamos que la mayor cuota de responsabilidad está asignada a quienes han sido puestos en condición de representantes populares, es a quienes particularmente debemos exigirles grandeza, capacidad de diálogo, de encuentro. Muchas veces en nuestra historia los mandatarios respondieron con acierto, cuando ello no ocurrió caro lo hemos pagado, muy caro.

Este nuevo aniversario patrio nos encuentra en la búsqueda de definiciones, de aquellas que marcan en buena parte el destino común, no es poco lo que nos jugamos, que no se pierda esa perspectiva esencial.

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