Columna de Josefina Araos: Rojas Vade: el retorno de lo reprimido

Rojas Vade.

Por Josefina Araos, investigadora IES

¿Qué simboliza el retorno de Rodrigo Rojas Vade? ¿Qué explica que su sola presencia provoque una sensación de amenaza tan extendida al interior de la Convención? La pregunta va más allá de lo que esta figura encarna en sí misma. Más allá de su fraude, de su impostura, y de la exigencia de sanciones a la altura de su mentira. Probablemente todos coincidimos en que Rojas Vade no debiera volver a sentarse en el Palacio del ex Congreso Nacional. Pero ese acuerdo no resuelve la primera pregunta: ¿qué sombra trae consigo el anuncio de su regreso?

La duda surge al observar las reacciones de los convencionales que estos días se manifestaron ante su llegada. No hay en ellos tanta indignación, enojo, o preocupación, sino principalmente miedo. Una especie de terror irreflexivo, que se expresa en las explicaciones conspiranoicas que algunos difundieron, denunciando una estrategia de la derecha apanicada, que habría encontrado en esto un nuevo recurso para frustrar un proceso que nunca han querido. El recorrido esperanzador de esta democracia en “tiempo real”, cercada solo por el “coro catastrofista” acostumbrado, se ve de pronto rodeada por un impostor que amenaza con contaminarla. Y es que tal vez Rodrigo Rojas Vade enfrenta a la Convención a reconocer algo que la incomoda: su propia falibilidad. Porque la estafa de este constituyente no fue cualquiera. Se trató del engaño de quien simbolizó como nadie la promesa de renovación que el proceso constituyente supuestamente traería consigo y que tantos convencionales, en su oposición heroica a los “poderes fácticos”, subrayan a diario. Padeciendo una terrible enfermedad, Rojas Vade había salido a luchar a la calle en nombre de todos; había vivido en carne propia los abusos de nuestra sociedad y el abandono de un Estado indiferente. Integrante del pueblo movilizado llega a las estructuras centrales del poder político para transformarlo y, con ello, reemplazar a la casta que gobierna para sí misma. Hasta que se reveló la mentira.

El retorno de Rojas Vade recuerda entonces esta intuición reprimida: que no hay nadie infalible. Que la virtud no es una condición inherente, sino que se practica a diario, y se puede renunciar fácilmente a ella, sobre todo si estamos expuestos a las tentaciones del poder. Recuerda que superar la corrupción, la decadencia política y el abuso no depende de cambiar los viejos representantes por unos nuevos e inmaculados, sino de establecer un diseño que equilibre el poder, y contenga y sancione los vicios a los que todos somos vulnerables. Pero ese recordatorio le molesta a cierto grupo de la Convención. Un grupo al que le ha costado lidiar con la crítica, y que todavía hoy cree estar conduciendo el proceso que antes Rojas Vade lideraba: uno de expiación. Ellos simplemente tomaron la posta, sacando al que estaba manchado. El problema de Rojas Vade no fue creerse infalible, sino mentir acerca de ello. Ese es el punto ciego de esa Convención que ante su retorno lo pone ahora del lado de sus enemigos: la derecha dura o empresarios financistas de su afán contaminador. El problema siempre son los otros, que llegan a ensuciar un recorrido cuyo éxito está asegurado.

El recuerdo de la propia contingencia y de la propia falibilidad. El recuerdo de que todos podemos volvernos una farsa. Eso encarna la posibilidad del regreso de Rojas Vade para aquellos que se sienten amenazados. Y es que asumirlo exige humildad y mesura. Algo que hoy, en la Convención, tristemente se echa en falta.

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